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POR QUÉ NO ACABAMOS COMO EL ROSARIO DE LA AURORA...
Esto podría haberse escrito con mayor razón hace dos o tres años.

Pero no se me ocurrió entonces y, aunque ahora jueguen negras (o rojas) en la partida de ajedrez sobre el tablero nacional, todo, más o menos, tiene la misma vigencia.

Cada vez se comprende mejor por qué estalla una guerra civil. Ya no me extrañan en absoluto las guerras civiles. Y menos la última que hubo en este país. Dejo deliberadamente al margen el asunto vasco. Hoy día, aunque pueda parecer exagerado, nos salvan de otra factores psicosociológicos de índole varia. Lo que no quiere decir que no haya dos partes de población enconada y virulentamente enfrentadas hasta la náusea. No puede haber una guerra civil porque, veamos:

No se pasa hambre; el principal motivo. Además, tenemos televisión, coche, ordenadores, móviles y monopatines. Si en el año 36 hubiera habido caja tonta con la que embobarse nuestros padres y abuelos durante horas, y móviles en la mano las horas restantes para ver si les llegaban memeces por msn, un coche de tercera mano para salir de estampida para disolver un cabreo monumental, e Internet para vomitar, seguro que el Caudillo no hubiera tenido nada qué hacer, no hubiera habido lugar a revueltas, ni rojos, ni iglesias incendiadas. Estos pasatiempos actuales y la desaparición de una Unión Soviética que nos armase, impiden que las tensiones crecientes atizadas por los eternos detentadores del poder real estallen en una nueva guerra civil.

Pero por falta de condiciones objetivas que no sea. El estado de ánimo más o menos generalizado y consciente apunta a la desmoralización y al espíritu sedicioso.

Una parte de la sociedad, siempre la misma con distintos collares, sólo se dedica a provocar social y políticamente a la otra; a reirse de la gente tomándola por tonta; a abusar de los Sin Trabajo y aún más de los que lo tienen en crónica precariedad; a despreciar a los familiares de las víctimas del Yakolev y a los del 11-M, a los irreversiblemente perjudicados del Prestige; a promover conspiraciones y fabricar tránsfugas para adueñarse del poder; a insertar programas televisivos en la televisión de la capital adecuados ideológicamente a la ideología de la presidenta; a acusar a la otra parte de fechorías que bien pudieran haber cometido las cloacas de ellos; a poner en marcha intrigas, sospechas y delaciones para desacreditar lo público y recientemente la sanidad pública; a hacer imposible el acceso a la vivienda o haciendo de su adquisición un cruel modo de esclavismo moderno, es decir, un modo siniestro, tenebroso, de tener sometido al personal de por vida sin poder rechistar, obsesionado —demasiado a menudo estérilmente— por pagar la hipoteca o el alquiler.

Dice un refrán castellano que cuando no hay harina todo es mohína... Cuánta de la violencia doméstica con la que todos los días nos obsequian los noticiarios no tendrá su raíz, su foco infeccioso en las apreturas y las carencias que en materia de tener un pequeño nido esta sociedad jodida y dominada por el dinero y el interés bancario (me atrevería a decir que como ninguna otra occidental), saca el máximo partido del pueblo hasta las heces. Luego, eso sale a relucir en forma de violencias de toda especie: el zoon, la bestia que llevamos dentro, sale explosivamente como una bomba retardada. La presión interior insoportable que sufre mucha gente en una sociedad ansiosa sale a relucir de mil maneras. Las drogas, los excesos, la falta de sueño, los deseos frustrados de disfrutar de cosas con las que nos azuza la infernal publicidad y no podemos tener, las acusaciones mutuas en las parejas de no aportar lo necesario o no querer trabajar... termina más de lo se piensa en un degüello.

La crispación parlamentaria, que forma parte de la estrategia, se ve atenuada constantemente por la prudencia y contención de los que practican ese sabio dicho de que cuando uno no quiere dos no regañan. Pero al pueblo nos tiene hasta los mismísimos... Y si en estos momentos, hartos de tanta impostura y tanta prepotencia después de haber manejado el poder tan chulescamente durante ocho años, no pasamos a mayores es por lo que decía al principio; por el entontecimiento masivo, porque hoy día cualquiera se arregla con un perrito caliente, porque Internet nos aplaca y porque los provocadores viven en urbanizaciones y chalets de lujo protegidos por ejércitos de Salvación armados hasta los dientes.

Si no fuera por todo eso, hace tiempo que primero en el Parlamento y luego en las calles, ya nos hubiéramos tirado los trastos a la cabeza. Porque a ese sector de la sociedad prepotente a que me refiero no le basta con vivir bien. Lo que más le enloquece no es ya ganar dinero a espuertas y tener cuatro coches y otros tantos chalets de lujo. Lo que más feliz le hace es poner la bota sobre el oprimido y ocuparse y preocuparse por encima de todo del desafío al otro sector. Lo que aberrantemente le enardece es dar motivos para llegar, en todos los asuntos, a las manos... sabiendo que siempre tiene o dispone de la estaca más grande...

>> Autor: Jaime Richart (17/04/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


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