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El elegido...

(1920)

LA HISTORIA DE LA ACTUALIDAD, NO HACE MÁS QUE SORPRENDERNOS A RABIAR.
¡Vive Dios que no es posible que haya habido nadie que desde la dipsomanía haya alcanzado jamás, por vías darwinianas, las más altas cotas de la selección artificial!

Se dice pronto.
Por fortuna o por desgracia, nunca acaba hoy día el asombro. Cuando creíamos tenerlo todo visto y sabido, surge algo aparentemente inédito para lo que hay que rebuscar dificultosamente precedentes en las profundidades del pasado.

Quizá en el Imperio Romano y en alguno de los últimos y más depravados emperadores pueda estar el referente.

Claro que entonces sin elecciones por medio. Pero no creo que ni sociólogos, ni estadísticos, ni adivinadores, ni agencias de opinión, ni los propios biógrafos de el elegido dejen de estar perplejos por cómo el cielo escribe recto, en dirección a los pozos de petróleo y los oleoductos, con los renglones torcidos que intentan justificar hoy las barbaridades salidas del paradigma democrático; pues torcido, o torticero, es como hay que considerar ese empeño-pretexto de inocular con fórceps una democracia, tan falsa como la de que presume en su metrópoli el invasor, en una cultura absolutamente incompatible.

Causó asombro el cinismo con el que se condujo abyectamente el elegido en la etapa anterior, pero más asombrosa es la voluntad ahora encandilada, sedienta de crudo y viciosa ya, de sus distinguidos reelectores.

Pero el caso es que el de George W. Bush es el típico del predestinado. No sólo había sido elegido primero por su papá como hijo, y luego por su Dios en cuanto —habría que verlo— dejó el alcohol; es que acaba de ser elegido nada menos que por la friolera de 58,8 millones de cabezas pensantes para que, cual napoleón redivivo, prosiga hermosas campañas dirigidas a la liberación de pueblos asiáticos habitados por millones de seres humanos que serán infieles, pero sobre todo están atiborrados de petróleo.

Y esto hace a esas gestas muy sospechosas. Y por si fuera poco, muchos de los mandatarios de otras naciones le van ahora bailando la fiesta sucesivamente a través de la solicitud, de la zalema y hasta de la adoración. ¿Hay quién dé más? ¿Hay quién dude de que estaba ungido?

Insisto. No creo que jamás se haya dado en la Historia caso semejante. Y no lo creo, no sólo porque en tiempos pasados no existía el escrutinio, sino porque nunca nadie abarcó con su poder tanto a lo largo y ancho del planeta. No ya Alejandro, Gengis Kan, Napoleón o Hitler: ni siquiera Felipe II en cuyo imperio no se ponía el sol. Pues aquí lo tenemos.

El más golfo de la escuela, sustraído al servicio militar, ha terminado colándose hasta la cocina del poder máximo por la puerta de atrás y gracias a una combinación de triquiñuelas para convertirse en el "presidente de la guerra" por antonomasia.

Pero hay otra cuestión muy importante relacionada no tanto con este ser como con el amor desmedido de algunos hacia la cada vez más sospechosa democracia, y con la duda de si ésta y el elegido merecen tanto respeto.

Hay una consigna que circula por ahí que, como el muhecín desde el minarete y probablemente con el mismo espíritu pedagógico, nos recuerda que si nos tenemos por demócratas hemos de ser respetuosos con las decisiones democráticas aunque no nos gusten. La voluntad popular es lo que, en virtud del contrato social, decide por cada uno de nosotros y reemplaza la nuestra personal...

Bien. La democracia como el menos malo de los modelos. No estoy en absoluto de acuerdo. Hay otros mejores. Es cuestión de gustos y de ideas. Pero admitiéndolo así, yo me digo: una cosa es que en democracia todo el mundo se sienta relativamente insatisfecho —y aquí en parte estriba el atractivo del sistema aunque sea sólo un consuelo—, y otra es que gracias a la democracia los 58,8 millones de demócratas beneficiarios de la energía expoliada, con su elegido, su jefe de filas y los padres de las Enron y las Haliburton a la cabeza estén como unas castañuelas mientras el resto del planeta tiembla, respetuoso o sometido, ante tan belicoso representante y tan viciado paradigma.

Porque todo pasa por el hecho de que mientras respetamos la democracia por galanura o convicción, con trucadas razones en su defensa centenares de miles de seres humanos han muerto y están muriendo, y otros centenares de miles, en Irán y Siria, países a los que el elegido se está preparando para invadir también, son ya morituri.

Y mientras los que no estamos ni entre los unos y los otros, empezamos a sobrecogernos porque barruntamos que el mundo está abocado a una tercera guerra mundial por el falseado motivo de defender el modelo, como en otro tiempo se defendía un trapo para defender los intereses de la dinastía correspondiente.

Pero oficiosamente sabemos muy bien que esas campañas militares están en marcha por motivos espúreos y simplemente depredatorios. Y que el elegido, sus adláteres mercaderes y los astutos 58,8 millones de electores equivalentes a los que eligieron en Weimar a otro tan demócrata como él, Hitler, lo que buscan simplemente son, los unos ganancias a espuertas, y exclusivamente mantener su opulento tren de vida los que le reeligieron. Está claro: en un país de 300 millones viven como Dios 58,8 millones, y así quieren seguir viviendo: a costa de los demás. Para eso se han concertado electores y elegido. Lo demás es retórica y pura fantasía...

De momento en todo el país iraquí hay por lo menos dos guerras superpuestas provocadas por el elegido. Una del invasor y los iraquíes colaboracionistas contra la resistencia, y otra civil, de etnias entre sí y de todos contra todos.

Faluya está a punto de ser otra Numancia. Samarra, Ramadi, Bagdag y Basora, es decir todo Irak, a punto de ser arrasado, para aniquilar, democráticamente eso sí, a millones de "terroristas", que son en la práctica todos sus habitantes. ¿No empieza a bosquejarse el genocidio?

Porque si no es directamente, es decir, con bombas de racimo y cosas así, lo que es de temer es que al final y en sacrificio ante el altar de la democracia forzosa Irak vaya siendo "vaciado" virtualmente de sus 20 millones de habitantes, todos terroristas en la concepción del invasor.

No es improbable que al final de un lustro allí sólo queden, por un lado decenas de miles de exiliados que vuelven, protegidos, y, por otro, otras tantas decenas de miles de oportunistas transportados allá por el imperio o que se harán pasar por autóctonos con el placet del ocupante de hecho. Y que sean todos ellos los que al final pergeñen el futuro de aquel pobre país dirigidos desde el imperio, como ahora ya lo es por una de las marionetas de éste.

La población de Irak estará dentro de poco compuesta mayoritariamente por foráneos, ya que la democracia se habrá trasplantado o clonado allí para un pueblo de relleno y tan falseado como extraño a su terruño...

¿Seguiremos congratulándonos? ¿Habremos de felicitarnos por el éxito anticipado de la democracia en aquellos lejanos lugares aun sabiendo que tanto el elegido como los electores que democráticamente le han vuelto a elegir, lo único que les interesa es asegurarse su energía hasta donde los pozos de petróleo, ajenos, les alcance, y luego Dios dirá?

Allá cada cual con su conciencia, estrecha o laxa, hacia los valores humanistas. Pero lo que muchos no podremos evitar es el recuerdo de la exclamación de Breno, jefe de los galos, a los romanos cuando acreció el importe del rescate de la Roma tomada por él poniendo en la balanza su espada: Vae victis!, ¡ay de los vencidos!

El elegido, ya sabemos que es de armas tomar, y ahora, con lo que tiene detrás, para echarse a temblar. Pero, por favor, que no nos venga ahora nadie con alabanzas a una democracia que permite alegremente usurpadores que la han secuestrado para sus negocios privados, y en último término para conseguir calefacción y el desplazamiento de sus 58,8 millones de habitantes privilegiados durante unos cuantos años más, pues en eso empieza y acaba todo su glamour...

Podéis contactar con el autor a:
richart@telefonica.net
* Toda la información que este autor, tiene alojada en Ibérica 2000... (Enlace...)

Insertado por: Jaime Richart (07/11/2004)
Fuente/Autor: Jaime Richart.
 

          


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