iberica 2000.org

[Propuestas]  [En portada] [Directorio]  [Lo + nuevo]

RUESTA
Historia en el Valle de Aragón. (Zaragoza)

Se inundaron las mejores tierras por el embalse de Yesa y, como los habitantes de Tiermas o Escó, la gente se marchó de Ruesta. Las casas se cerraron, se apagaron las voces y la mala hierba comenzó a invadir las calles. Durante treinta años, Ruesta ha sido un pueblo muerto. ¡Son detalles de la historia, que nunca nos contaron...!

(imagen omitida)


Panorámica de Ruesta desde el Camino de Santiago, hacia Undués de Lerda.

* A toda una panorámica del pueblo, desde el Castillo... (http://www.iberica2000.org/fotosluis/Fotos/OTC01_.jpg) (Enlace...)

Presentación:

Desde que la Confederación Hidrográfica del Ebro cedió el uso de Ruesta a la Confederación General del Trabajo, ha sido un objetivo de la Asociación Nuevo Ruesta editar un breve folleto, que sirviera para responder a las primeras interrogantes que se plantean al peregrino o visitante de Ruesta, ante la contemplación de sus caserones, de sus monumentos o de su trama urbana medieval, e informar a su vez del futuro cercano de la recuperación.


Yesa, perdiendo el alma de Pirineo




* Enlace a vídeo de continuidad... (Enlace...)


Creemos que este objetivo ha sido conseguido gracias a la desinteresada colaboración de Ramón Beltral, arquitecto, y de Yolanda Franco, socióloga, buenos conocedores de la evolución histórica y de la situación actual de Ruesta. Ganador de una beca concedida por el Colegio de Arquitectos de Aragón, Ramón Beltrán dedicó largos meses de investigación documental y de campo antes de redactar el Estudio para la Rehabilitación del casco urbano d Ruesta, documento inédito que está en el origen último de este trabajo.

Queremos señalar, asimismo, el interés de la Dirección General de Cultura del Gobierno de Aragón, gracias a cuyo apoyo ha sido posible editar este trabajo.

(imagen omitida)


Vista del pueblo, desde la base del Castillo.

Estas páginas se dirigen a todos aquellos lectores curiosos e interesados por nuestro patrimonio histórico, pero llevan una especial dedicatoria para los antiguos habitantes de Ruesta, a los que esperamos sirvan de rememoranza.

Que su lectura ayude a conocer un capítulo de nuestra rica historia, impulsar la Recuperación de Ruesta y evitar que el abandono y olvido hagan desaparecer una parte del ayer común.

Zaragoza, diciembre de 1994.
Juan Manuel Arnal Lizárraga.
Que fué Vicepresidente de la Asociación Nuevo Ruesta.



A partir de un castillo de frontera, fundado por los musulmanes y refundado por los primeros aragoneses, se fue formando desde el siglo XI la villa de Ruesta.

Seguramente, en su primer estado fue Ruesta una villa comercial nacida al pairo del camino de Santiago; cuando los reinos de Aragón y Pamplona se separaron y la Canal de Berdún de sumergió en un estado permanente de guerra, Ruesta dejó de ser burguesa para fortificarse y llenarse de carácter guerrero. Tras la reunificación de Aragón y Navarra en la monarquía hispánica, los pacíficos agricultores y ganaderos que poblaron la ciudad desde el siglo XV aún le harían experimentar profundas transformaciones, sustituyendo la pequeña parroquia románica de Santa María por una gran iglesia renacentista, perfilando una gran plaza ante ella y trazando la calle Mayor que desde la plaza llevaba a los pies del castillo, escoltada por casonas solariegas y algún palacio -entre ellos la Casa Consistorial- levantados entre los siglos XVI y XVIII.

(imagen omitida)


Fachada del Ayuntamiento en la calle Mayor.

Situada en un medio hostil y poco propicio para la agricultura, Ruesta gozó de una situación privilegiada. Como Tiermas, estuvo bien comunicada y tuvo una crecida población, hasta que, a comienzos de los años sesenta de nuestro siglo, la barbarie desarrollista eligió este valle del río Aragón para la construcción del embalse de Yesa.

(En los años 20 ya se rumoreaba entre las gentes de mayor edad, la construcción del pantano)

Se inundaron las mejores tierras y, como los habitantes de Tiermas o Escó, la gente se marchó de Ruesta. Las casas se cerraron, se apagaron las voces y la mala hierba comenzó a invadir las calles. Durante treinta años, Ruesta ha sido un pueblo muerto. Cada día se ha hundido un tejado, ha caído una fachada y un expoliador se ha llevado un poco más de lo poco que quedaba.

En enero de 1988, la Confederación Nacional del Trabajo de Aragón (hoy Confederación General del Trabajo) solicitó a la Confederación Hidrográfica del Ebro la cesión de Ruesta para su rehabilitación como lugar de turismo social. La autorización del uso y disfrute del casco urbano fue otorgada en junio, por un periodo de cinco años.

Acto seguido, la organización puso en marcha la rehabilitación del pueblo y de su entorno, al tiempo que se conseguía canalizar algunas actuaciones públicas hacia el entorno despoblado. Entre 1988 y 1990, se instaló el área de acampada de Ruesta, junto a una chopera próxima al pantano de Yesa. En 1991, el Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón colaboró con la financiación de un voluminoso Estudio para la rehabilitación del casco urbano de Ruesta, en el que habrían de basarse las actuaciones de los siguientes 50 años. Entre 1992 y 1993, el Departamento de Cultura de la Diputación General de Aragón acometió la rehabilitación de la ermita de Santiago de Ruesta y el puente románico que, próximo a ella, cruzaba el río Regal. También por entonces, el Departamento de Cultura y la Federación Aragonesa de Montaña concluyeron las labores de señalización de los ramales del Camino de Santiago en Aragón, dentro del vasto programa de recuperación de senderos llevado a cabo en los últimos años.

(imagen omitida)


Calle del Centro. (Bajada al camping, desde el actual Albergue)

En 1993, Confederación Hidrográfica del Ebro amplió la autorización para el uso del núcleo abandonado de Ruesta por parte de C.G.T. por cincuenta años más. Este año, coincidiendo con un Año Santo Compostelano, se inauguró Casa Valentín, el primer albergue abierto en Ruesta, con treinta y dos plazas, restaurante cerrado y comedor al aire libre; para su construcción, C.G.T. había rehabilitado dos antiguas edificaciones domésticas, con la ayuda económica del Departamento de Cultura de la Diputación General de Aragón. En verano de 1994, se rehabilitó una pequeña construcción inmediata al albergue para instalar un bar. A comienzos de 1995, comenzaron las obras para la rehabilitación de otras tres construcciones y una pequeña plazoleta interior, a fin de alojar el segundo albergue ruestano, con capacidad para cuarenta y cuatro camas; esta vez, se contó con una subvención del Departamento de Industria, Comercio y Turismo de la Diputación General de Aragón. Al mismo tiempo que se rehabilitan estas construcciones, se está trabajando en la creación de un amplio parque en las inmediaciones de los albergues.

Hoy, Ruesta renace de sus escombros. Tras treinta años de abandono, de ruina y de saqueo, es ya un hecho la puesta en marcha del ambicioso proyecto de rehabilitación que convertirá a esta villa, antes una de las más importantes de la comarca, no sólo en punto de hospedaje en el recorrido del Camino, sino también en lugar de esparcimiento y de recreo, en estrecho contacto con un entorno natural y cultural singularmente rico, con buen acceso desde el pueblo: el valle del Roncal, Jaca, el embalse de Yesa, Sos del Rey Católico, Uncastillo…, todo ello a menos de una hora de viaje en automóvil. Pero el atractivo más importante y privativo de Ruesta es, sin duda, su patrimonio edificado.

(imagen omitida)


Construcción nueva. Albergue.

Frente al dramatismo de abandono y el expolio ocasionado entre muchos, Ruesta se ofrece como una villa museo que, en su desnudez, muestra los que en muchas ciudades oculta una edificación mejor conservada y renovada en los últimos decenios: la evolución urbana de una ciudad que nace, se desarrolla y muere, siempre la misma y siempre cambiante. Lo que las piedras pueden disimular lo dejan ver las calles y los muros, y aunque no podamos admirar en perfecto estado las fachadas de sus casas solariegas renacentistas ni de sus caserones dieciochescos, perdidos por obra del tiempo y de los hombres, el valor de lo que queda es aún inapreciable.

Dentro del casco urbano, el castillo, los restos de la muralla y la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción son hitos históricos y ejemplares arquitectónicos con un valor propio indudable. Tan indudable como el de la recién rehabilitada ermita de Santiago, buen ejemplar tenido por uno de los más antiguos edificios religiosos románicos aragoneses. La modestia con que se yergue la ermita románica de San Juan Bautista, solitaria al lado del pantano, no debe engañarnos respecto a la importancia histórica del sitio donde se ubicó el antiguo monasterio cluniacense de San Juan de Maltrae, fundado por el navarro Sancho Garcés I tras la conquista del castillo musulmán de Ruesta.

Las casas como la del Marqués de Lacadena, Pascual y Sánchez, en la plaza de la Iglesia, no son ya los notables caserones tardomedievales que describió Abbad Ríos hace cuarenta años, y hoy pueden darse por perdidos sin remedio. Mejor suerte corrió el palacio de los marqueses de Lacadena (casa El Chocolatero), al otro lado de la plaza: el sólido y bien mantenido caserón del siglo XVI será, seguramente, la próxima obra que se emprenda en el casco urbano. En la calle Mayor, las casa Madé y Primo, del XVIII, o la Capellanía, del XVII, han perdido sus elementos más valiosos, pero aún permiten adivinar, casi en su esqueleto, su antiguo esplendor, manifiesto en la milagrosa pervivencia de unos cuantos elementos aislados: algún arco blasonado, el imponente lagar cilíndrico de la Capellanía, la escalera del jardín de la casa Primo o las bien proporcionadas fachadas de esta casa, de la cercana Madé o de la Abadía. La Casa Consistorial acabó de hundirse con el último temblor sísmico –pequeño pero suficiente- de los que de vez en cuando sacuden la zona.

(imagen omitida)


Casa Primo, en la calle Mayor.

Queda la trama urbana. Una trama nítidamente dibujada que nos muestra, paso a paso, cómo se forma una ciudad. Cómo modifica su trazado, cómo se desplaza y se recompone para adaptarse a los nuevos modelos de vida. Queda el esqueleto de una forma de vida que la industrialización y la modernidad han hecho desaparecer, seguramente para siempre: la vida rural reflejada en esas casas dobladas, en las que las plantas bajas eran para los animales y las altas para los hombres, con pajares para el grano y lagares para el vino; con ventanas pequeñas para protegerse de la intemperie, misteriosas, misteriosas invocaciones pintadas con brea en los aleros y zaguanes decorados con dibujos protectores formados con guijarros.

Patrimonio arquitectónico-urbanístico.

Primeras huellas.
Las huellas de vida humana en la zona geográfica en que se encuentra Ruesta se remontan a épocas muy tempranas: nombres de pueblos como Esso, Catameses, Benasa, Maltrae o Veya evocan una ascendencia de origen celta. Cerca de Ruesta se conserva, al sur del pantano que la inunda parcialmente túmulos (siglos V y IV antes de Cristo); esta necrópolis hubo de corresponder a algún poblado situado en los alrededores, seguramente en altura y dotado de una cerca para su fortificación.

Más tarde, por la Canal de Berdún discurrió un tramo de la importante vía romana que unía Zaragoza (Caesaraugusta) y Pamplona (Pompaelo). Los restos encontrados marcan un impreciso marco cronológico que puede ir de época bajoimperial romana hasta alto medieval: restos de cerámica romana, una extensa necrópolis de tumbas de lajas asociadas también a cerámicas romanas y medievales; y restos inmuebles de época romana.

(imagen omitida)


Fachadas en la calle Alegre.

Evolución urbana.
Ruesta nace como un enclave militar en un territorio prácticamente despoblado. En el punto más alto del territorio próximo, donde aún hoy se levantan los restos del castillo, está documentada la existencia de una pequeña fortificación musulmana ya en el siglo X. En un principio, el castillo debió permanecer aislado en su función defensiva y de control de los pobladores dispersos de la comarca, sin asociarse a ninguna población civil; a lo sumo, pudieron existir en su inmediato entorno algunas casas para habitáculo de la guarnición o de algunos habitantes de la zona que buscaran cobijo en tiempos difíciles.

No existe, de todos modos, testimonio alguno de un poblado de este tipo, por lo que podemos suponer que el castillo de Ruesta permaneció aislado en su entorno, tanto durante la dominación musulmana como durante los tiempos que siguieron a la conquista de Navarra, llegando así hasta su incorporación , en 1055, al reino de Aragón. Sólo la paz que trajo la consolidación del reino bajo el mandato único de Sancho Ramírez, rey de Aragón y Pamplona, y el retroceso que por entonces comenzó a experimentar el Islam, permitieron la llegada de los primeros pobladores a estas tierras fronterizas.

(imagen omitida)


Vista del Castillo, desde la calle Mayor.

A partir de determinado momento de finales del siglo XI o principios del XII, bajo el impulso del Camino de Santiago y de las expectativas comerciales que permitía adivinar la proximidad de Francia y de Navarra, algunos de los reyes ramirenses –seguramente Alfonso I el Batallador- decidió la fundación de una villa burguesa a pie del Camino y cobijada por la sombra del castillo; para atraer pobladores, se promulgó un fuero por el que se les otorgaban ahí acudieran las franquicias y los privilegios contenidos en el fuero de Jaca. Contaríamos, así, con una tierra de propiedad regia y unos pobladores libres, francos e ingenuos, con importantes extensiones fiscales y muy reducidas obligaciones militares; contaríamos igualmente, y en correspondencia necesaria, con un terreno previsto para acoger a esos hombres y estos privilegios perfectamente acotado y diferenciado, dotado, a ser posible, de unas determinadas cualidades topográficas: inmediatez al Camino, emplazamiento llano o, al menos, poco tortuoso, buena disposición natural para acoger una parcelación homogénea, posibilidades de asoleo… En definitiva, casi con seguridad la zona más inmediata al Camino –tramo norte-sur de la calle del Centro- del Barrio Bajo, al sur de la Iglesia de la Asunción y ocupando los dos lados de la calle del Centro, tramo edificado del camino que unía Artieda y Tiermas con Santiago de Compostela.

Se trata de una zona del plano de Ruesta homogénea, compacta y claramente estructurada: las calles y las construcciones que la definen componen un conjunto autónomo y ensimismado, prácticamente ajeno al resto del caserío; con una seguridad propia, el viario de esta parte de la villa contiene las dos únicas plazas existentes en Ruesta: una de ellas es la de la Iglesia, que debió de servir simultáneamente como mercado. La misma nomenclatura de las calles apoya esta autosuficiencia inicial del Barrio Bajo; las dos calles que lo cruzan en dirección norte-sur y este-oeste, cruzándose más o menos en su centro, se denominan calle del Centro, mientras la calle del Portal delimita su borde oriental.

La prioridad cronológica del Barrio Bajo viene también sustentada por el hecho de que en él se sitúe la única iglesia existente en Ruesta en la actualidad, careciendo el resto del núcleo de edificación representativa alguna, si se exceptúa el castillo. La iglesia de la Asunción aparece citada por primera vez, como iglesia de Santa María, en marzo de 1125, cuando Alfonso el batallador, con motivo de la donación de la iglesia Uncastillo, confirma las donaciones de Sancho Ramírez y Pedro I al monasterio de la Selva Mayor. Por ello, puede suponerse que el Barrio Bajo existiera ya en 1125, y, más aún, que hubiera sido fundado en tiempo de Sancho Ramírez.

(imagen omitida)


Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

En el mismo documento se hacía alusión a la existencia en Ruesta de una iglesia de San Pedro hoy desconocida, que bien pudo formar parte del castillo o situarse en el extremo meridional de la calle del Centro, simétrica con la iglesia de Santa María, dando lugar a un esquema de doble iglesia muy frecuente en las poblaciones camineras aragonesas y navarras.

Tras la muerte de Alfonso I, en 1134, el reino se partió en dos, y Aragón y Navarra comenzaron una larga etapa de enfrentamientos, con repercusiones reiteradas en forma de penetraciones pamplonesas en esta zona fronteriza de la provincia de Zaragoza. En los cinco primeros años que siguieron a la escisión, el paisaje urbano de la Canal y Valdonsella cambió radicalmente; las pequeñas e indefensas poblaciones nacidas en las márgenes del Camino y de sus ramificaciones fueron destruidas en una nutrida serie de penetraciones navarras de castigo; en su lugar, el príncipe Ramón Berenguer y su hijo, Alfonso II, promovieron el traslado de la población a nuevas villas encumbradas en lo alto de las prominencias del terreno y mejor preparadas para la defensa. En estos años se modificó la ubicación de Berdún, Míanos y Artieda.

Las incursiones de castigo de la vecina Pamplona se hicieron más peligrosas en el siglo XIII, llegando las guerras fronterizas a su punto culminante durante el reinado aragonés de Pedro III el Grande, que, tras ser excomulgado por Roma, se las hubo de ver con una invasión conjunta de franceses y navarros dispuestos a acabar con el reino. A lo largo de este siglo XIII, la comarca experimentó un proceso de militarización urbana que tuvo como hitos las fundaciones de los enclaves defensivos de Salvatierra y Tiermas, y la fortificación de Ruesta, y la pretensión –fallida- de concentrar en esta tres poblaciones a todos los habitantes dispersos a lo largo de la frontera.

Ruesta, que ya contaba con un castillo bien conservado, se convirtió en enclave estratégico natural frente a las incursiones navarras, a partir de 1134 y, sobre todo, en el último cuarto del siglo XIII, la vieja condición burguesa de Ruesta dejó paso a una frecuentemente guerrera; el comercio se extinguió y la población de burgueses y artesanos dejó paso a una de agricultores y ganaderos preparados para la defensa. Finalmente, buena parte de la población dispersa de los alrededores debió trasladarse al casco ruestano. Como consecuencia de estas transformaciones, la ciudad se amuralló, creció y vio nacer un segundo núcleo habitado regularmente trazado en torno al castillo, el Barrio Alto, rodeando los dos lados meno escabrosos del perímetro del castillo. El crecimiento de este Barrio Alto pudo verse muy favorecido por la reconstrucción del castillo, que debió emprenderse a partir de 1283.

De este modo, la vieja estructura lineal de Ruesta se transforma en otra en principio binuclear, con dos polos perfectamente definidos y separados por un terreno yermo intermedio. Los dos presentan trazados reticulares: el de arriba con la claridad de una aparente fundación ex novo, y el de abajo ya más confuso, puesto que se debe al crecimiento, con cierta dosis de espontaneidad, del núcleo lineal originario. El núcleo llano –el barrio Bajo-, alberga toda la complejidad social y funcional propia de un centro urbano, mientras que el del castillo se limita a alberga la judería y las viviendas de familias vinculadas a la función militar. Sabemos que los judíos del castillo contaban con un albergue con horno, el único horno de Ruesta. Es lógico, pues, que naciera alrededor del castillo un segundo polo de crecimiento de la ciudad, alejado del Barrio Bajo, y con una tendencia de desarrollo convergente.

En el Barrio Alto, el caserío ya no se dispone según un trazado abierto, sino que consta de unas construcciones agrupadas donde las que definen los límites exteriores se cierran por si mismas: es, pues, un trazado que ya desde el principio asume una situación de conflicto. El tipo de vivienda tampoco es el mismo que el del Barrio Bajo; ahora encontramos una alta proporción de construcciones de almacenaje y no domésticas, junto a unas parcelas de menores dimensiones y, sobre todo de muy inferior profundidad. No se trata, pues de parcelas pensadas para albergar la conocida casa gótica de las fundaciones burguesas, y, menos aún, la casa compacta característica de las poblaciones agropecuarias del norte; lejos de ello, las reducidas dimensiones permiten albergar casi exclusivamente la vivienda o algún uso especializado. Pudo el Barrio Alto tener su origen en un asentamiento organizado -regular- de tipo castrense, y pudo verse favorecido en su crecimiento por el hecho de que la Corona hubiera establecido la judería ruestana en el castillo, que albergaba las viviendas hebreas a cambio de la obligación del mantenimiento constante de la fortaleza.

Como otras ciudades mercantiles, Ruesta tuvo desde época temprana una población judía. No sabemos cuando pudieron establecerse las primeras familias judías en Ruesta; sólo que en 1271 estaban ya allí. Ruesta no es, como Ejea de los Caballeros, una ciudad con una vieja historia y preexistencias multirraciales; no existía como población en época de dominio musulmán y nació al calor de las peregrinaciones jacobeas. Por tanto, es más que posible que sus habitantes hebreos llegaran atraídos por el comercio o fueran instalados ahí por algún rey aragonés que pretendió así reforzar la actividad mercantil de la población. Esta política de repoblaciones judías fue especialmente importante, precisamente, en la segunda mitad del siglo XIII, durante los reinados de Jaime I y Pedro III; puede, pues, suponerse -con todas las reservas oportunas- que la población hebrea pudo haberse asentado en Ruesta a mediados del siglo XIII, cuando la afluencia de francos y el mismo Camino estaban ya en claro declive. Tampoco se sabe cuando la Corona otorgó a los judíos el derecho a ocupar el recinto del castillo a cambio de conservarlo (algo que también ocurrió en Ejea y en Borja), aunque existe constancia documental de que en 1249 se seguían ocupando de su cuidado y de la explotación del único horno que había en Ruesta, de propiedad real con cuyas rentas sufragaban la manutención de la fortaleza; es sabido también que la aljama ruestana se encargaba de la panadería del Hospital. Parece que, en 1283, fueron expulsados del castillo y que volvieron a él en el año 1300.

(imagen omitida)

]
Vista del Barrio Judío, junto al recinto del Castillo.

A pesar de que las relaciones de pago de la aljama señalan que no eran ni mucho menos, una colonia numerosa, llegaron a dar nombre a dos barrios próximos al castillo en que vivían: la Casa de los Judíos -al lado del castillos- y el Barrio de los Judíos -al suroeste del Barrio Bajo, junto al Camino- fueron nombres que pervivieron hasta el abandono del pueblo. También es posible que la zona conocida aún en el siglo XX como las botigas hiciera alusión a unos talleres y comercios regentados por judíos y construidos en el borde del camino que unía estos dos barrios, coincidente con la actual calle alegre.

La aparición del factor militar como dominante no supuso en Ruesta, a diferencia de lo acaecido en Berdún y Artieda, la desaparición del burgo jacobeo; contando con un importante castillo desde hacía siglos, el asedio o el mismo paso por la villa parece que fue evitado sistemáticamente por las primeras incursiones navarras -desde 1134 hasta 1283, -meras correrías de castigo- que preferían adentrarse por la más indefensa ruta de la Valdonsella; su caserío bajo en consecuencia, no debió sufrir daños importantes antes del gran esfuerzo fortificador de Pedro III, de modo que pudo subsistir hasta que fue dotado de un amurallamiento autóctono, lo que pudo ocurrir en 1283, cuando Pedro III eligió a Ruesta, Tiermas y Salvatierra como plazas fuertes desde las que resistir la temida invasión franco-navarra, ordenando importantes obras de fortificación que se ampliaron en 1285 y que parece que se habían concluido en 1286. Era el momento en que los antiguos pillajes navarros habían dejado paso a una intención real de invasión y conquista, con intervención de ejércitos extranjeros y envestidas bélicas de importancia; fue entonces cuando Ruesta pasó a constituir una verdadera plaza fuerte con vocación de defensa territorial.

Así, la época que se inicia en 1134 solo se tradujo en Ruesta en una inversión del proceso de crecimiento -hacia arriba, en lugar de hacia abajo-, en una serie de obras de fortificación y en la formación o renovación de un burgo alto inmediato al castillo, que también fue reconstruido a partir de los años finales del siglo XIII.

Las estrechas franjas de parcelas, de gran longitud y casi sin aperturas que rodean hoy el Barrio Bajo apuntan a la existencia de unas murallas propias, ratificada por la sabida existencia de portales junto a la iglesia y en el centro del franco-oriental; a estas murallas quedó incorporada la iglesia a la que, en algún momento tal vez del siglo XIII se dotó de un campanario almenado, con letrinas y troneras y aún debió existir, al menos, otro torreón en el extremo occidental simétrico, con el de la iglesia, cuyos restos decapitados aparecen hoy convertidos en Gallinero.

La construcción de esta muralla implicó una modificación sustancial en las tendencias de crecimiento del Barrio Bajo, sustituyendo su lógica lineal originaria de agregación de manzanas a lo largo de calles paralelas por otra que imponía la colmatación del espacio intramuros y las tensiones provocadas por los nuevos portales. Algo parecido a lo que pudo haber ocurrido el Sádaba o en la Navarra Sangüesa, con cuyo parcelario presenta notables similitudes. Por entonces, la intención mercantil que había presidido el nacimiento del burgo ya no tenía sentido y, seguramente, no existía tan siquiera el resto de una población burguesa; las propiedades basadas en la parcela originaria debían empezar a resultar demasiado reducidas, y comenzarían a producirse reagrupaciones capaces de contener las casas compactas de una nueva población dedicada a la actividad primaria y necesitada de espacios intramuros donde acoger una serie de funciones hasta entonces relegadas al campo.

Entre ambos núcleos quedó un espacio yermo, abrupto y elevado, poco apto para la edificación; una parte de esta zona parece que fue cercada, sin duda con el fin de albergar ganados y hombres de los alrededores en caso de peligro y, al mismo tiempo, de dificultar el asedio del Barrio Bajo. Así, Ruesta, como veremos sucedió también en la vecina Tiermas, actuaba como defensa de escala territorial, de modo parecido al papel desempeñado por las ciudades contemporáneas de las extremadura, como Daroca, Albarracín o Calatayud.

Con el tiempo, este terreno cercado seguiría consolidando para dar albergue al crecimiento de Ruesta. En el siglo XVI, pacificada la zona y aprovechando la prosperidad económica general, comienza a formarse lo que con el tiempo se convertirá en el nuevo eje vertebrador fundamental de Ruesta; la calle Mayor, nacida de la edificación a los lados del Camino que, a través del yermo intermedio entre los Barrios Bajo y Alto unía la plaza de la Iglesia -entrada principal del pueblo- con el castillo; fueron apareciendo en él construcciones de cierta magnitud, como el Ayuntamiento o algunas casas blasonadas, que lo convirtieron en el principal espacio urbano representativo de Ruesta, legible como una extensión del nivel jerárquico superior que en la ciudad constituía la plaza, con la Iglesia de Santa María y sus tres casas señoriales tardogóticas.

Este proceso de edificación continuaría lentamente en los siglos XVII y XVIII, y, seguramente, sería con el mayor incremento demográfico del siglo XIX cuando terminó de consolidarse e incluso densificarse en todo lo posible. Encontramos finalmente en esta zona central de Ruesta una estructura urbana enormemente congestionada, con pocas e irregulares calles que proceden inequívocamente de viejo caminos; una estructura espontánea netamente diferenciada de las muy claras y geometrizadas que dominan en los extremos.

Se dibuja, definitivamente, el plano de una ciudad densamente edificada, ya no binuclear pero aún bipolar, por la presencia en extremos opuestos del castillo y la iglesia. Este último proceso de colmatación por la edificación de casco ruestano, como se ha dicho, debió de tener lugar a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, cuando, de acuerdo con los datos censales conocidos, el número de familias residentes aumentó casi hasta duplicarse, en un incremento muy superior al de la mayoría de las poblaciones de la comarca, lo que acercó Ruesta a las dos cabeceras tradicionales: Berdún y Salvatierra.

(imagen omitida)

]
Número de habitantes, en diferentes épocas...

Desde mediados del siglo XIX, Ruesta ya no experimentaría un crecimiento demográfico significativo hasta el momento de su abandono, ni tampoco crecimientos urbanos relevantes; todo lo más, un aumento de las edificaciones extramuros, al norte de la carretera y al este de la calle del Portal.

Ya en el siglo XX, las transformaciones más relevantes hasta el abandono se produjeron entorno a los años 30, al lado de la Iglesia, donde antes estuvo el cementerio, se construyeron el frontón y el horno; más al sur, en la calle del Portal, se edificó una nueva escuela. Con las obras del frontón desaparecieron las últimas huellas de la antigua entrada medieval, cubierta por un arco que unía el Palacio de Lacadena con el muro del cementerio. En cambio, la aparición de la nueva escuela permitió realizar una última remodelación de la Casa Consistorial, en cuya segunda planta se impartían las clases hasta ese momento.

Estos cambios no afectaron sustancialmente a la trama urbana. Ruesta se sigue articulando a partir de las calles del Centro y Mayor. Ambas nacen en la plaza de la iglesia, frente a la entrada más importante de la población. Alrededor de la primera, tramo del antiguo Camino de Santiago con una directriz fundamental norte-sur, se desarrolla el Barrio Bajo, que aún mantiene una cierta autonomía morfológica en el conjunto. La calle Mayor, auténtica espina dorsal de Ruesta muere en el castillo y es la vía que comunica entre sí en conjunto del caserío.

(imagen omitida)

]
Detalle que muestra el claro expolio que sufrió la arcada de la portalada del Castillo.

El Castillo.
Los árabes llegaron a las costas españolas en el año 711 y al valle del Ebro en el 714; en el 719, tomaron Narbona y Toulouse, en el 725, Autun y, en el 732, Burdeos; ese mismo año, fueron derrotados por Carlos Martel en la célebre batalla de Poitiers. Al mismo tiempo que nacía el gran Imperio Franco, terminaba la Guerra Santa y el Pirineo se estabilizaba como frontera septentrional del Islam. El territorio que luego sería de Aragón pasó a formar la Marca Superior de al-Andalus; en la tierra baja, los musulmanes ejercieron un dominio efectivo, organizando la producción agrícola y desarrollando una red de ciudades basada en la deteriorada herencia romana; en la franja pirenaica y subpirenaica, abrupta, pobre, fronteriza e imposible de colonizar, se dispersó una trama de pequeñas fortalezas (bisn) donde situar pequeñas guarniciones que garantizaran el cobro del impuesto de sometimiento a la población autóctona y la vigilancia y defensa de la primera línea de frontera.

Sabemos que en Ruesta -como Luesia o Uncastillo- se construyó uno de estos bisn que definían la línea defensiva musulmana adentrada en la montaña. Desde lo alto del otero en que se construyó el castillo -el que hoy aún ocupa-, se controlaba perfectamente la confluencia de los ríos Aragón y Regal y el importante camino natural de la Canal de Berdún con todas las vías secundarias que a él confluían por esta zona; ambos ríos constituían al mismo tiempo algo parecido a dos fosos naturales, cuyas propiedades favorables a la defensa se complementaban con los dos pronunciados barrancos que rodean el otero y lo convierten en una especie de península inaccesible por sus lados norte y sur -los dos mayores- y oeste.

La primera mención documentada de Ruesta incluye el castillo entre las fortificaciones de Sancho I Garcés de Pamplona (904-925), a quién se atribuye su conquista a los musulmanes. Rosta, Arosta, Arrosta o Arruesta se consolida como parte del reino aragonés entre 1016 y 1018, cuando Sancho III el Mayor de Pamplona fortifica la zona fronteriza de las Cinco Villas; como parte de esta labor, el rey navarro debió reedificar el viejo castillo musulmán. Por entonces, el castillo de Ruesta se entrega en régimen de honor a López Íñiguez (1024-1033) el primero de los veintidós tenentes de los que tiene noticia la Edad Media.

La muerte de Sancho el Mayor en 1035 trajo consigo la división y recomposición del reino de Pamplona y la consiguiente independencia política de Aragón, Ruesta queda definitivamente en territorio aragonés: Íñigo Sánchez, el último tenente al servicio del reino de Pamplona (1044 a 1050 o 1053) dará paso a Sancho Garcés (1055), primer tenente al servicio del reino de Aragón.

Aun cuando, como hemos visto, se atribuye una primera reconstrucción del castillo a Sancho III el Mayor, la edificación existente hoy en día parece posterior. Guitart lo emparenta con el de Sádaba y lo data en el último cuarto de siglo XIII; es lo más probable que las obras que dieron al castillo de Ruesta su aspecto definitivo tuvieran lugar entre 1283 y 1285, con motivo de las intensas labores de fortalecimiento de la frontera con Navarra a que ya hemos hecho referencia.

Los restos de cimentación permiten apreciar un recinto de planta rectangular de 39 por 33 metros. En el lado oriental, más estrecho y enfrentado al caserío, se conservan dos torreones. El central (Torre del Homenaje), con una planta casi cuadrada de 8,5 por 9 metros, tiene unos 25 metros de altura; es cerrado, con una puerta y dos ventanas apuntadas; los mechinales del interior permiten imaginar sus cuatro plantas apoyadas sobre arcadas. La torre más pequeña es cuadrada y tiene 5 metros de lado; situada en el ángulo septentrional, es de tipo hueco, abierto por el oeste, con una sola ventana en lo alto. Como permiten observar los restos de su arranque, existió otra torre similar en el ángulo sureste, fotografiada aún por Abbad Ríos.

Las torres están unidas por un paño de gran altura y fábrica similar, cuyas piedras se enjarjan con la torre menor, pero quedan sin traba con la mayor, demostrando una ejecución en tiempos diferentes. Este paño presenta un boquete en forma de arco de descarga que, seguramente, no corresponde a ninguna puerta de la construcción original: Al castillo debía accederse por el lado opuesto, a través de un camino perimetral que, desde la calle Mayor, rodeaba el flanco sur del castillo para entrar a él hacia el ángulo sur occidental, en lugar abrupto y de fácil defensa.

Algunos antiguos vecinos aún recuerdan el castillo con otro paño en el frente occidental, demolido en 1934 para utilizar su piedra en la construcción del frontón, el horno y el empedrado de las calles del pueblo.

La iglesia de Santa María.
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción -la única que hoy queda en el casco urbano- se encuentra en la zona nororiental de Ruesta, justo a la entrada de la carretera, que antes fue también la entrada principal por el camino real que unía Artieda y Tiermas con Sos del Rey Católico.

Aunque su fábrica actual no es anterior al siglo XVI, aparece citada por primera vez en marzo del año 1125, cuando Alfonso el Batallador, con motivo de la fundación de la iglesia de Uncastillo, confirma las donaciones de sus antecesores Sancho Ramírez y Pedro I al monasterio de la Selva Mayor. Entre estas donaciones, se recogen el monasterio de Santiago de Ruesta y la iglesia de Santa María y San Pedro, esta junto con su albergue.

(imagen omitida)

]
Detalle de la nave lateral, en el interior de la Iglesia.

La iglesia de Santa María responde, en su ubicación, a las características habituales de las edificaciones religiosas en estas tierras fronterizas sobre el Camino de Santiago, ya sean aragonesas o navarras. Cerca de la puerta del perímetro que se abría al camino de acceso más importante, su fábrica sirvió de refuerzo a la defensa en su punto más vulnerable, al tiempo que significaba la entrada en el pueblo con el edificio religioso más importante; la torre de campanas de la iglesia colaboraba en la defensa de la villa a modo de planta albarrana.

La orientación de la iglesia, con el ábside hacia el norte, es impropia de una construcción eclesial exenta de origen medieval, lo que lleva a pensar en una profunda transformación contra reformista. Con anterioridad al edificio actualmente visible, debió existir otro de dirección perpendicular; dada la situación de la iglesia junto a la plaza de entrada a Ruesta por el Camino, que, presumiblemente, fue también lugar de mercado, es de suponer que la primitiva construcción, de tamaño considerablemente menor y orientada a oriente se ubicara en la zona de los pies del actual, coincidiendo más o menos con el primer tramo. Su acceso se produciría por la fachada lateral orientada al sur, de modo que la estancia ante la iglesia fuera soleada y se abriera a la plaza; pudo haber contado con un porche de arquería cubierta ante el acceso, a modo de lonja que también sirviera para el mercado y las reuniones populares.

Apoya esta hipótesis el hallazgo, en el ángulo sureste de la capilla del Bautismo, de una deteriorada columna de fuste delgado y capitel seudofónico, dividida en tambores, que fue absorbida por el muro oriental de la nueva fábrica, quedando empotrada en él y oculta a la vista.

La columna estaba adosada a un paño de muro que coincidía con el actual cerramiento sur de la nave, de modo que, tras ella, quedaba un machón del que partía un gran arco apuntado de piedra que conformaba la primera planta de la torre por su lado norte; aquí, toda la torre descansaba sobre el arco y, por él, quedaba accesible su planta baja. El arco, al recrecerse la iglesia fue también ocultado, cerrándose su abertura. En este paño debió abrirse, posteriormente, una pequeña puerta que comunicaba la capilla del bautismo con el interior de la torre, operación en la que se deterioró uno de sus riñones.

La fábrica actual de la iglesia, realizada en mampostería y sillería, es de planta en cruz latina, con nave provista de capillas laterales comunicadas longitudinalmente, según modelo jesuítico, y con orientación norte para el altar y entrada por el sur. Tiene 6 capillas -cinco, bajo las advocaciones del Bautismo, de San Miguel, del Santo Cristo, de San Francisco y de Santa Bárbara-, de las que hoy están ausentes los retablos y lienzos que las decoraban, datados entre los siglos XV y XVIII. Sobre las capillas se disponen de galerías corridas.

Se accede a la nave por sus pies, a través de un nártex separado de la iglesia y ubicado bajo el coro. Como otras iglesias similares, tiene cabecera plana, coro alto en el primer tramo de los pies y nave abovedada mediante cañón con lunetos; este tipo de bóveda aparece también en los brazos del crucero y en la capilla mayor, cubriéndose las capillas por bóvedas de arista. El crucero se cubre, también al modo convencional, con una cúpula de media naranja gallonada, sobre pechinas y carente de linterna. Los banos de iluminación son de arco rebajado. Como también es normal, la torre queda a los pies, en el lado del evangelio.

En resumen, responde al conocido tipo difundido por la Compañía de Jesús y no podemos datarla antes de los últimos años del siglo XVI en su estado actual. Esta fábrica contrarreformista debió, a su vez, erigirse en dos fases diferenciadas, pero próximas (quizá, incluso, solapadas): una primera, de mampostería, comprende el grueso del edificio y la torre. Más adelante se procedería a añadir el nártex (que no traba con la torre en su mitad inferior) y la galería superior del lado oriental, la única existente. El conjunto es de mampostería bastante cuidada, salvo en la fachada del nártex, donde se utilizó sillería. El interior aparece estucado y así debió concebirse, a juzgar por la baja vocalidad visual de los muros pétreos así recubiertos.

La torre de campanas está formada con gruesos muros de sillarejo, que dibujan una planta próxima al cuadrado, con paredes exteriores lisas y sobrias; rematando su cuerpo originario, aún se observa una coronación almenada, con tres almenas en cada uno de sus lados.

(imagen omitida)

]

Las casas solariegas y la calle Mayor.
De origen burgués, la villa de Ruesta debió contar hasta finales de la Edad Media con una edificación modesta y homogénea, entre la que sólo el castillo y la iglesia destacaban como construcciones privilegiadas, representantes del poder del rey y del poder de la iglesia. Los edificios de vivienda se agrupaban en manzanas más o menos regulares según los criterios igualitaristas contenidos en el fuero de Jaca que estuvo en el origen de la población, al lado de los accesos, de los que esperaba obtenerse un espacio urbano indiferenciado e isótropo.

A lo largo de los siglos XIII y XIV, la villa pasó de burguesa a agraria y guerrera, la condición de sus habitantes comenzó a ser cada vez más heterogénea, la foralidad burguesa perdió fuerza en el conjunto del Reino al tiempo que la ganaba la nobiliario-militar, y en las ciudades -Ruesta entre ellas- comenzaba un proceso de discriminación que acabaría por permitir que los habitantes con mayor riqueza fueran llevando el plano hacia una progresiva jerarquización. Los más poderosos -a los que ahora la Corona quiere captar, en lugar de rechazar- levantan sus casonas solariegas en lugares que se privilegian y dan fin a la homogeneidad inicial; estos lugares son los más adecuados desde los puntos de vista representativo y defensivo: junto a la muralla, en la plaza, al lado de los accesos al casco urbano...

Los antiguos polos representativos -la iglesia y el castillo- se ven complementados por las nuevas casas de los habitantes más poderosos; en un primer momento, en Ruesta se ubican estas casas en el espacio urbano que ya era más prestigioso desde el nacimiento de la villa: la plaza de la Iglesia, a cuyo alrededor se ubican las dos casas solariegas tardomedievales de su frente oeste -las que luego se conocerían como Pascual y Sánchez, hoy perdidas y que Abbad Ríos dató entre los siglos XIV y XV, y el palacio de los Marqueses de Lacadena, conocido por los habitantes de Ruesta en el momento del abandono como casa El Chocolatero.

La más importante era sin duda la casa de Los Marqueses de Lacadena. Ubicada frente a la Iglesia y en situación aislada a la entrada oriental de la villa, ocupa un lugar urbano privilegiado. Esta edificación se define por su autosuficiencia urbana y constructiva: no se observan en su conformación restos de edificios anteriores, ni su trazado parece responder a más condiciones que sus exigencias propias.

Su planta procede de una evolución en el tiempo que se tradujo en tres fases al menos de crecimiento. Es fácil distinguir un primer núcleo en su cuadrante nordeste, datable en los siglos XV o XVI, con unas dimensiones en planta que hacen de ella un cuadrado prácticamente perfecto, de unos 11,50 metros de lado; este cuadrado se encuentra limitado por cuatro muros de piedra de unos 70 cm. de espesor medio y subdividido por un quinto muro de carga de dirección este-oeste, que parte su planta de modo exacto en dos rectángulos iguales, cada uno de proporción 1:2; la desviación del perímetro exterior con respecto al cuadrado no es sino la que provoca la presencia de los muros de carga, ya que el criterio que ordena el trazado es el de esa proporción 1:2 de los semiespacios; así, la diferencia de longitud entre los muros este y oeste, mayores, y norte y sur, algo menores, es el espesor del muro de carga central. El doble cuadrado en planta que constituye la primera crujía, inmediata al acceso -por la fachada norte, se encuentra, a su vez, partido en dos mitades idénticas, próximas al cuadrado (unos 4,30 x 4,80 Pts) por la escalera, de directriz norte-sur.

Nos encontramos, pues, ante una construcción dominada por una voluntad de orden proporcionado, donde el criterio geométrico aparece como determinante de un trazado que no se entrega a lo simplemente funcional. Los requisitos de este tipo, ajenos a lo que entendemos por un palacio mediomedieval o renacentista, aparecen en toda su crudeza en las fachadas de la construcción: escasas en número y dimensión, presentes sólo donde son estrictamente necesarias, denotan una inequívoca exigencia defensiva de la casa solariega que es, así, casa fuerte. De hecho, este bloque macizo, cúbico y cerrado, conformó, tras su construcción, un cubo de esquina de una de las puertas de la muralla de Ruesta, abriéndose ya al exterior su fachada este.

(imagen omitida)

]
Detalle que muestra el gran esfuerzo arquitectónico, en una de las épocas más florecientes de la villa. Balconada en la Calle Alegre.

Al núcleo primitivo de la casa se añadió, más adelante un segundo cuerpo de menor calidad constructiva, que convirtió su planta en un rectángulo paralelepipédico manteniendo un volumen unitario y una altura de cornisa constante. Se trata de un rectángulo (de unos 4,30 x 10,40 metros interiores) que constituye una crujía añadida ante su fachada occidental, dibujando esta, abierta a la plaza de la Iglesia, como un paño de proporciones cercanas al cuadrado, perforado por ocho ventanas rectangulares -dos por planta- dispuestas regularmente.

Por último, se añadió una serie más anárquica de dependencias al sur de la casa, colmatando el espacio que las separaba de otros edificios vecinos, o bien anexionando construcciones anteriores; estas nuevas partes de las casa, no obstante, se trataron de modo que el aspecto exterior del conjunto siguiera siendo uniforme, conformando un frente unitario y con cornisa continua a la plaza de la Iglesia.

Al lado de la plaza, junto al arranque de la calle mayor, estaba casa Pascual también propiedad de los Marqueses de Lacadena en 1.960. De los escasos restos de esta casa cabe resaltar una torre desmochada en su ángulo suroriental que, con su planta cuadrada y sus gruesos muros presenta la apariencia de una construcción defensiva, vinculada a la fortificación del Barrio Bajo a partir de los últimos años del siglo XIII, que debió proteger su acceso occidental por la actual calle Alegre. Este cuerpo, que tiene hoy dos plantas, parece haber sido usado como gallinero y está rematado por una terraza accesible rodeada por una balustrada de piedra realizada ya en los siglos XIX o XX; la última planta esta cubierta por una bóveda de cañón rebajado de piedra. Sus lados este y sur aparecen exentos, siéndolo también pero este gracias a un estrechísimo paso que lo separa de la construcción vecina. En este muro oeste se observan huellas de banos en aspillera hoy cerrados por el lado exterior. Presenta accesos por su frente sur, en planta baja y hacia la calle alegre, y por el este, a la altura de su segunda planta y abierto al interior del pueblo; mientras que el primer bano -con dintel de madera- parece abierto en fecha reciente para acondicionar las construcción como gallinero, el segundo parece el original de la torre: una pequeña puerta estrecha y baja, cubierta por una corta bóveda de cañón que interseca a la de la segunda planta formando un luneto.

Ya a partir del siglo XVI, se irá formando la calle mayor como nuevo espacio representativo de los más granados de la sociedad civil ruestana, sobre el antiguo camino que unía la plaza de la iglesia y el caserío con el castillo. Se trata de un tipo de calle Mayor que nace como eje de un ensanche lineal, noble, de la población, y que es frecuente en los crecimientos urbanos no del medievo, sino del renacimiento. Es la de Ruesta una calle Mayor que no obedece a una planificación, sino de deriva directamente de un camino que había ido buscando las líneas de mínima pendiente del terreno y que se fue consolidando por edificaciones en sus márgenes a lo largo de distintas etapas y según distintos intereses.

Así, podemos distinguir dos tramos perfectamente definidos y con distintas características morfológicas, edificatorias, sociales y geométricas: uno que ocupa desde la plaza de la Iglesia hasta el primer cambio de dirección -prácticamente de 90 grados- y otro que, desde aquí se va adaptando al relieve del terreno, rodeando el mogote en el que, en el punto más alto se emplaza el castillo. Finalmente, podemos considerar también toda la trama de calles menores que, a la sombra del castillo, reciben igualmente la denominación de calle Mayor.

(imagen omitida)

]
Ruinas junto a la casa Madé, desplomada bajo la impotencia de los que trabajan por mantener esta historia viva, pese al correr del tiempo.

El primer tramo, el más próximo a la plaza de la Iglesia, constituye una calle noble, de edificación palaciega. Hay aquí un par de casas solariegas del siglo XVI o XVII (la capellanía y su contigua, entre el lado norte de la calle y el barranco o Fondón) y dos palacios del siglo XVIII (casa Primo -la mayor del pueblo- y casa Madé), además de la casa Consistorial y la Abadía, junto a la Iglesia. Claramente, el primer sector de la calle Mayor funciona dentro de la jerarquía del espacio urbano de Ruesta como una prolongación de la plaza de la Iglesia y de sus casas solariegas ampliando el recinto representativo de la villa. Este tramo se cierra finalmente en sí mismo en la confluencia con el segundo sector de la calle, actuando como final de perspectiva la casa Madé, con su bien dispuesta fachada de banos amplios y enmarcados en una composición simétrica y plana, apta para el lugar en que se encuentra. En esta zona, como característica más importante, no solo no encontramos una parcelación que pueda tener un origen medieval, sino que una observación detallada de la trama de muros existentes en el interior de las parcelas tampoco da la impresión de haber tenido precedentes en dicha época.

La edificación que bordea el resto de la calle Mayor es muy distinta. En el segundo tramo, coincidente con la curva que describe la calle, encontramos parcelas pequeñas y construcciones modestas, en un aglomerado a veces desordenado y caracterizado por una cierta precariedad estructural, definida por superposiciones de espacios y muros que, en una amalgama fragmentariamente desarrollada, van yuxtaponiéndose hasta llegar todo el suelo no necesario para la circulación pública. Esta falta de claridad en la construcción y delimitación de las construcciones ha hecho de esta zona de Ruesta una de las más afectadas por la ruina desde su abandono, al a ver arrastrado unas casas a otras como en un castillo de naipes. También ha contribuido a esta ruina la peor calidad de los materiales y los procedimientos constructivos empleados en esta área.

Pasada la curva de la calle -aproximadamente un cuarto de círculo, cuyo trazado busca bordear la elevación del terreno donde se asienta el Barrio Alto-, se llega a un nuevo tramo recto definido por una edificación modesta pero clara y correcta en ambos lados, que llega hasta la plaza rectangular desde donde se accede al castillo.

La casa consistorial.
Edificio construido aproximadamente en el siglo XVI, situado en las proximidades de la Iglesia. Sigue las mismas pautas constructivas de las casas solariegas que franquean la calle Mayor y, como el resto de las casas consistoriales de las zonas pirenaica y prepirenaica de Aragón, se caracteriza por una sobriedad extrema y un estricto apego a las necesidades funcionales.

Su portada, descentrada y cubierta por un arco de dobelas de piedra, da acceso a un zaguán rectangular sin iluminación natural en su estado actual. A este zaguán se abren tres dependencias en planta baja: una, a la izquierda, dando a una estancia que podría haber sido la cárcel -a juzgar por su única ventana enrejada- y dos al fondo, de proporciones cuadradas y grandes dimensiones lo que llevó a disponer en cada uno de ellos una pilastra central para partir la luz de las vigas de cubrición. La pilastra correspondiente a la estancia más oriental, en planta baja está formada por un interesante pilar de proporciones macizas y planta circular con un capitel tórico, mientras que la planta alta se corresponde con una columna con fuste monolítico liso y capitel abulbado bajo una zapata para apoyo de la biga. En la estancia occidental, seguramente añadida al núcleo originario del Ayuntamiento, el pilar es una simple pieza de sillería de planta cuadrada.

Hasta la construcción del edificio de las escuelas -entre las calles del portal y del centro-, a partir de 1934, el edificio Consistorial albergaba simultáneamente las dependencias municipales, los almacenes y graneros comunales del pueblo y la escuela; con la misma distribución hoy conservada, en la planta baja se encontraban el zaguán, la cárcel y los dos grandes espacios de las crujías interiores, destinados a almacenes; en la alta, las crujías interiores eran las ocupadas por las dependencias propiamente municipales, mientras que la delantera, en la zona ubicada sobre el zaguán y abierta a la fachada mediante una ventana, se encontraba la escuela.

Como el resto de las casas consistoriales de las zonas pirenaica y prepirenaica de Aragón, la de Ruesta se presenta con un volumen mucho más macizo y cerrado que las más conocidas del valle del Ebro o la provincia de Teruel; construida totalmente el piedra sin lonja, galería en el planta superior ni profusión de banos exteriores -en la fachada de la calle mayor, que es fachada norte, solo existen, además de la puerta, una ventana en plan tabaza, correspondiente a la cárcel, y otra en la alta, descentrada con respecto a la entrada-. No se encuentra tampoco la proporción por la simetría o la proporción como la que caracterizó a buena parte de los ayuntamientos aragoneses del siglo XVI, sino una limitación de los recursos a la estricta satisfacción de los requisitos funcionales y constructivos, con plena sujeción a los condicionantes climáticos y una sobriedad extrema, al menos en lo estrictamente arquitectónico.

El Monasterio y la Ermita de San Juan Bautista.
En camino real que llegaba de Artieda hacia Ruesta cruzaba la actual carretera para dirigirse a la actual ermita de San Juan Bautista -antiguo monasterio de San Juan de Ruesta-, hoy al borde del embalse de Yesa. El Monasterio de San Juan Bautista o de Maltray fue fundado entre 911 y 928 por el rey Sancho Garcés I de Pamplona, después de la conquista del castillo de Ruesta a los musulmanes. Tras la devastación de Almanzor, los monjes de San Juan huyeron a Francia estableciéndose en Cluny, donde se acogieron a la regla benedictina; Sancho III el Mayor volvió a llamar a los monjes, entre 1025 y 1030, y, con ellos, entró en Aragón la reforma cluniacense, de manera que puede decirse, con Durán, que San Juan de Ruesta fue cuna de la reforma monástica aragonesa. Cuando Sancho Ramírez de Aragón fundó San Juan de la Peña, en el año 1071, los monjes de Maltray se trasladaron al monasterio pinatense confundido durante mucho tiempo por los historiadores con el cenobio ruestano.

En la zona donde estuvo el Monasterio de San Juan de Maltray, hoy solo queda la ermita románica, modesta y ruinosa, de San Juan Bautista, que, según Durán corresponde a la Iglesia monástica del siglo XI. Hace unos años se encontraron, bajo el encalado con que había sido cubierto el ábside tras la guerra civil, las conocidas pinturas románicas del Maestro de Ruesta, trasladadas al Museo Diocesano de Jaca, donde hoy se conservan.

La ermita de Santiago de Ruesta.
Siguiendo el camino jacobeo, una vez abandonada Ruesta y tras pasar por la fuente Layana y el puente sobre el barranco del río Regal -románico y recientemente rehabilitado-, recorridos unos 800 metros desde el núcleo urbano se llega al priorato de Santiago fundado en el siglo XII y dotado de albergue de peregrinos; cerca de este edificio, se encuentra la fuente de Santiago, cuya fábrica actual procede de los siglos XVII o XVIII. Pasado el priorato el camino emprende el ascenso al monte Fenerol desde donde se dirige al actual despoblado de Serramiana, a Undués y a Undués de Lerda.

El priorato de Santiago de Ruesta aparece ya documentado en el año 1087, cuando el rey Sancho Ramírez lo cedió al monasterio francés de la Selva Mayor, para que se dedique a albergue de peregrinos del Camino de Compostela.

De él queda hoy la pequeña Iglesia convertida en ermita del mismo nombre y restaurada en fecha reciente. Su fábrica se compone de dos partes yuxtapuestas longitudinalmente: la nave eclesial, datada entre 1030 y 1040 por Esteban, Galtier y Garía Guatas, y un cuerpo delantero, añadido como albergue de peregrinos en fecha inmediata a 1087; al tiempo que promovían esta obra los monjes de la Selva Mayor acometieron obras de reforma de la Iglesia sustituyendo su cabecera circular original por un testero recto y el maderamen que debía cubrir la fábrica primitiva con una bóveda de cañón.

El albergue está formado por una nave alargada, de planta rectangular cubierta por techumbre de madera y precedida por una portada abierta en arco de medio punto con decoración escultórica en temas vegetales, sirenas y leones.

La fábrica primitiva correspondiente a la nave eclesial, es, junto con San Caprasio de Santa Cruz de la Serós y Santa María de Iguácel, una de las tres construcciones románicas aragonesas conservadas más antiguas.


En la actualidad el recinto urbano de Ruesta se encuentra en estado muy deteriorado. Se han colocado vallas y señalizaciones adecuadas para que el transeunte no se aventure por las estrechas y peligrosas callejuelas.

Sobre los autores del presente estudio:
Ramón Beltrán Abadía es Arquitecto. Durante 1990 y 1991, dirigió los trabajos de elaboración del estudio para la rehabilitación del casco urbano de Ruesta; ha redactado los proyectos de rehabilitación que hasta la fecha se han promovido en el casco urbano. Es autor de diversas publicaciones relacionadas con la historia y la teoría de la arquitectura y la ciudad; entre otras, destacan sus libros La forma de la ciudad. Las ciudades en Aragón en la Edad Media (1992), León Battista Alberti y la teoría de la creación artística en el Renacimiento (1992) y Parcelaciones ilegales de segunda residencia. El casco aragonés (1994), esta última en colaboración con Yolanda Franco.

Yolanda Franco Hernández es socióloga. Trabajó en el equipo que redactó el “Estudio para la rehabilitación del casco urbano de Ruesta” y, también en colaboración con Ramón Beltrán y con un nutrido pluridisciplinar, en el “Estudio para la rehabilitación del uso del suelo y de los núcleos de población expropiados para la construcción del embalse de El Grado (Huesca)” (1991), en el que se incluyeron los pueblos abandonados de Mipanas, Calmosa, Puy de Cinca, la Aldea de Puy de Cinca y Lacenilla. Con Ramón Beltrán, es autora del libro Parcelaciones ilegales de segunda residencia. El casco aragonés (1994).


Amplios reportajes fotográficos del entorno pirenaico, que no te puedes perder:

* Algunos detalles del pueblo de Ruesta, por Luís Sebastián para Ibérica 2000... (http://www.iberica2000.org/fotosluis/VerSerie.asp?Serie=OTC) (Enlaces...)
* Más detalles de estos paisajes del embalse de Yesa... (http://www.iberica2000.org/fotosluis/VerSerie.asp?Serie=EST) (Enlace...)
* A toda una colección de imágenes que se adentran desde Yesa, al húmedo Pirineo Aragonés... (http://www.iberica2000.org/fotosluis/VerSerie.asp?Serie=ESS) (Enlace...)
* Rutas en panorámica, desde Peña Oroel... (http://www.iberica2000.org/fotosluis/VerSeriex.asp?Serie=XAB0) (Enlace...)
* Surgencias termales en el cercano pueblo de Tiermas... (http://www.iberica2000.org/fotosluis/VerSerie.asp?Serie=OTD) (Enlace...)

(Ver más detalles de estos paisajes, desde los diversos reportajes que os hemos relacionado...)



Artículos relacionados con el Valle de Aragón, desde Ibérica 2000:
* Por el Prepirineo del Valle Aragón... (Enlaces…)
* Desde el embalse de Yesa.
* Tiermas. Pueblos consumidos entre ruinas...
* Ermita de San Jacobo en Ruesta
* En los últimos 100 años, 80 millones de personas fueron expulsadas de sus casas por los embalses
* Pueblos mutilados y arrojados de sus tierras...
* El riesgo sísmico creció en Yesa tras aprobar el recrecimiento
* Científico del CSIC alerta del peligro del embalse de Yesa
* La Sierra de Leire.
* Situación Ambiental de la Cuenca Hidrográfica del Ebro
* El Ebro, contaminado y radioactivo...
* Impactos Ambientales, debido a la mala gestión de las aguas...



Libros que os recomendamos:
* El presente texto ha sido extraído del breve folleto editado de esta tesis, por los autores.
Maquetación e impresión: Tipo Línea, S.A.
Isla de Mallorca, s/n, Zaragoza.
Depósito legal: Z-1.798-95

Más Información:
Archivos de la Confederación General del Trabajo. En Aragón.
C/ Coso, 157, local izquierda. 50001 - Zaragoza.
Telf. 976 29 16 75 - cgtaragon@cgt.es

* El embalse de Itoiz, la razón o el poder... (Enlaces…)
* Los Espejos del Agua...
* El delta del Ebro, un sistema amenazado...

>> Autor: Redac.Ibérica2000 (14/12/2007)
>> Fuente: Equipos de Ibérica 2000. Desde el Pirineo.


[Propuestas]  [En portada] [Directorio]  [Lo + nuevo]

(C)2001. Centro de Investigaciones y Promoción de Iniciativas para Conocer y Proteger la Naturaleza.
Telfs. Información. 653 378 661 - 693 643 736 - correo@iberica2000.org