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PENSAR ES UN PLACER
El pensamiento, es una fábrica de ideas que no se extingue hasta que no muere el cerebro.

Pensar es un placer y, como todo placer, no se puede evitar que lleve aparejada la tristeza post coitum.

Pero pese lo que puedan decir los especialistas (quien me haya leído saben de mi antipatía hacia ellos como tales) el pensamiento, que no esa razón que genera monstruos, como pensaba Francisco de Goya y Lucientes, es una fábrica de ideas que no se extingue hasta que no muere el cerebro. Y como cualquier fábrica, produce mucho o produce poco o no produce nada.

Yo, a lo largo de mi vida no he perseguido en la lectura más que una cosa: pensar. La diversión me la procuraba, más allá de leer la novela -una vez pasada la época en que el pensamiento propiamente dicho no existe y la mente necesita fantasía-, en otra clase de entretenimientos. Por ejemplo el teatro en vivo o el cine que irrumpía en la sociedad con fuerza inusitada para entronizarnos las bastas, simplonas y pervertidas ideas norteamericanas, bastaban para complacerlos. Pero a partir de entonces la fábrica empezó a funcionar por ella sola y sólo necesitaba de estímulos en forma de ideas fértiles, como cualquier motor de combustión, para funcionar, el combustible.

Y esto, buscar las ideas que a su vez provoquen las mías es a lo que me he dedicado casi de por vida. Paso rápidamente desde hace muchos años por encima de todo aquello y todo aquél que no me haga pensar. Y por esa razón, independientemente de lo que llamamos información y noticia, todos mis escritos surgen de "mi pensamiento", libre ya, que a su vez intenta o presume de poder punzar el ajeno huido de los tópicos.

El pensamiento del lector y del autor forman un racimo al que se van entrelazando el lector que a su vez se convierte en autor aunque no escriba. Las ideas entonces fluyen a borbotones y se distancian del numen general. Nace así una sociedad libre, robusta e independiente que no existe y probablemente no existirá jamás en esta civilización decadente y próxima a estallar...

No se trata ya de ser extravagante o a toda costa original. Más bien lo contrario. Se trata de que si pensamos despojándonos de los pre-juios, es decir de las ideas previas al final concebidas por otros y más al final todavía pre-concebidas por otros más, nos encontraremos con ideas que, pese a que sabemos no hay nada nuevo bajo el sol ni pensamiento que no hubiere sido alumbrado antes, tendremos la sublime sensación de haberlas concebido por nosotros mismos gracias a nuestro propio "espíritu" y nuestro esfuerzo intelectivo, que es tanto como decir "inteligente". Se trata de pensar sin el cosmético, sin los innumerables cosméticos que la sociedad dominante aplica a todo para empañar la realidad y hacerse dueña de ella. Antes la religión y ahora porciones conocidas y localizadas de sociedad civil son, fueron, las encargadas de velar u oscurecer la sencilla realidad mientras ellos, ojo avizor, sacan provecho de nuestro aletargamiento intelectivo.

Una sociedad compuesta por mujeres y hombres de personalidad y pensamiento robusto e independiente es una sociedad libre. Aquí está la paradoja de la modernidad. Eso de que vivimos en libertad es lo que el centro neurálgico del Poder nos imbuye a cada momento: que somos libres, y que él y sus administradores (políticos, periodistas, jueces, funcionarios...) lucharían volterianamente por defender nuestra libertad Pero es falso. Cada día dan un paso de tuerca más para atenazarla. La falsedad, la manipulación, el conductismo y toda clase de prácticas que oscilan entre las mayores tontunas (la oferta comercial) hasta el sobrecogimiento (el terrorismo que explotan hasta el paroxismo) son las herramientas idóneas para que nos creamos libres cuando no somos ya libres ni en nuestro propio yo, ni para nuestros adentros; sino piezas de matrix, de un mecano general con el que juegan otros. Otros que a su vez tampoco son libres o lo son mucho menos, pero degustan ese juego perverso que consiste en fingir y fomentar la invención de que lo somos para que entre todos juguemos al juego de los disparates en el que siempre ganan “ellos”.

Una sociedad compuesta por personalidades robustas y pensamiento recto es mucho más fácil de existir y de existir felizmente que la manipulada. Todo aquél que piensa por su cuenta y comprueba que los demás también lo hacen así, está infinitamente en mejores condiciones de llegar a un acuerdo con los otros de quienes se fía, que una sociedad compuesta por seres que parten en su trato con el resto, con la más absoluta desconfianza porque saben que la inmensa mayoría no piensa por su cuenta sino que piensa, y lo que es peor actúa, por cuenta de otros que dominan gracias a esa triquiñuela de cantar que somos libres.

Antes los clérigos y los fascistas acuñaron entre ambos la expresión "la funesta manía de pensar" para disuadirnos de tal menester. Nos hacían creer que era perjudicial para la mente y la salud. Lo que en realidad buscaban y buscan sus deudos ahora es adueñarse de nuestras conciencias, de dueños de nuestra conciencia se hacen también dueños de nuestra hacienda por ínfima que sea. Ahora nos dicen que “la gente no es tonta” para halagar a la gente: demagogia. Y la gente no es tonta, en efecto. Pero la gente de la calle vive en general entontecida, alucinada, pasmada, entregada...

Pensemos, estrujemos la sustancia gris cada vez que alguien repite una consigna: descubriremos un nuevo universo de ideas aunque luego no tengamos ni potencia ni presencia para cambiarlas. Pero si lo hacemos así, al menos tendremos la satisfacción de haber vivido “nuestra” vida y no como producto de la manipulación: nos habremos convertido en “intelectuales” sin buscarlo ni presumir de serlo.
richart@telefonica.net

* Academicismo y heterodoxia (Enlace...)

>> Autor: Jaime Richart (23/08/2006)
>> Fuente: Jaime Richart


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