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REÍR A FONDO
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-Después del orgásmico y prescindiento de la delectación espiritual que nos causa la emoción estética, no conozco ningún otro placer sensitivo mayor que el de reír a carcajadas. Es más, por ser esto muy personal, yo diría que para mí ambos están "casi" a la misma altura.

La salud nerviosa e integral de una persona y un pueblo debieran medirse por su capacidad para la risa franca. La risa es una respuesta natural del organismo sano, que no requiere explicación. Lo que sabemos es que a medida que nos alejamos de la vida natural y envejecemos, la risa saludable se hace más dificultosa. El ser humano se distingue de los demás vivientes por su capacidad de reír y porque a diferencia de ellos es el único que bebe sin sed...

La artificiosidad que va unida a la vida de las grandes urbes, la tecnología, la velocidad, el desfile incensante de la información y la contrainformación, la propia televisión que tanto intenta rentabilizar la risa, en lugar de propiciarla son factores disuasorios precisamente de la risa al natural. Siempre me refiero sobre todo a la risa-carcajada.

Cada día es más difícil reir y hacer reír. La otra risa: la forzada, la reprimida, la pagada nada tienen que ver con la risa como mecanismo liberador de tensiones superfluas del organismo y de excrecencias de la mente. La risa libera flujos retenidos.

La risa a carcajadas real, sincera, no fingida, denota salud notable, jovialidad, plétora. Por eso, en lo que más notamos que vamos envejeciendo es en nuestra dificultad para reír de esa manera. A medida que avanzamos en la edad, la risa se hace más dificultosa, se va apagando, y aquella propensión a la carcajada de nuestra juventud poco a poco se va convirtiendo en una imitación, un gesto esforzado de la risa que la emula. Nos hace gracia algo, mucha gracia, pero ya apenas podemos dibujar la silueta de lo que en otro tiempo hubiera sido una explosión en carcajada. El proceso, como toda oxidación, es relativamente lento. Pero con los años es difícil que, si se realmente se siente, no termine en mueca. Es patético imaginar reír a carcajada limpia a un octogenario: pensaríamos que había perdido el juicio, no que estamos ante un viejo "jovial".

La carcajada, la erección, el deseo sexual y aun el deseo a secas, el apetito, son manifestaciones de potencialidad vital. Por eso se van debilitando hasta desaparecer.

En este país tan tópicamente vitalista se nota cada vez más que propende la incapacidad para reír. No me refiero a esas risas compradas que se oyen en off en la comedia televisiva; tampoco a las risas nerviosas de quienes están deseando reír, ríen a fuerza de esfuerzo o se ríen sin ton ni son. Ambas clases de risa, la pagada, la de clac, como la nerviosa, tan relacionadas con el espíritu triste de ese partido político nacionalista centralista tan ruidoso que conocemos bien, se van extendiendo como la hidra en un país que siempre se caracterizó no tanto por un desarrollado sentido del humor que todos los países tienen aunque en cada uno sea diferente, sino por esa facilidad inefable de reír a carcajada. Y ello pese a la represión de la risa (o quizá precisamente a causa de ella) a que la trágica concepción de la vida a través de la Pasión consagró en España la religión católica en la dictadura franquista.

Van quedando aún reductos amplios de la risa espontánea, sana y sentida donde siempre más abundó y se prodigó: en Andalucía. Y también en el País Vasco, donde la política y los temas concomitantes a ella, al ser semitabú, casi obligan a ella con independencia en ambos casos de los caracteres respectivos.

El día que España entera recobre su capacidad generalizada de reír a carcajadas, habrá alcanzado las más altas cotas de auténtica soberanía y de unidad nacional. Pero mientras haya una España que ríe sanamente y otra que vive bajo los efectos narcotizantes de la permanente crispación, no habrá Constitución ni Estatuto alguno capaces de dotar a la península y a las islas de un mínimo sentimiento de unidad territorial.

Puede que reír a carcajadas no sea propio de la “buena educación” tradicional, pero como esa clase de buena educación hace infeliz a este país a pasos agigantados, creo que va mereciendo la pena dar un paso atrás en busca de la risotada que reemplace al odio creciente que se respira por aquí. Estoy convencido de que no hay mejor aglutinante ni bandera que concite más emoción en cualquier país, que concertarse todos juntos para reírse de sí mismos. Aprestémonos al negocio sustancioso y exportable de la cada vez más cotizada, por infrecuente, carcajada, pese a quien pese: no tiene precio.

>> Autor: Jaime Richart (03/03/2006)
>> Fuente: -Jaime Richart


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