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PERIODISMO Y CORRUPCIÓN
Ante el Proyecto del Estatuto del Periodista

La máxima corrupción se da en lo excelso. La corrupción de lo malo apenas se nota, la de lo bueno se lamenta pero contamos inconscientemente de antemano con esa posibilidad y solemos decir con resignación: “es natural”.

Pero es la corrupción de lo excelso, lo que por serlo creíamos incorruptible, lo que más nos consterna y a lo que no nos resignamos... Pasó en otro tiempo con la religión católica y con sus seguros servidores, pero hoy ya no, pues en términos generales casi los ignoramos a ambos. Pero eso mismo empieza ahora a suceder con el periodismo genérico y con los periodistas de los que la sociedad se está hartando también...

Contamos ordinariamente con la corrupción de políticos, concejales, mercaderes, abogados, cirujanos, notarios, policías, jueces... principalmente en hechos puntuales y más o menos aislados. Pero nos resistimos férreamente a la corrupción de clérigos, maestros, profesores o catedráticos en el ejercicio de sus funciones. Los hechos relacionados con la corrupción de éstos últimos se nos antojan excepcionales. Y es, tanto porque se desenvuelven en ámbitos poco propicios a la manipulación, como porque su previsible formación humanista unida a la excelsitud del magisterio en sí les sustrae más fácilmente a la sospecha. En todo caso, cualquiera de las actividades citadas, en una democracia donde la libertad "positiva" es el dios; en donde la capacidad para arriesgarse cada vez es mayor porque cada vez son más benévolas las leyes pues si no lo fueran media población debería ir a presidio; donde el refreno psicológico que deviene de las religiones es cada vez más débil, y más débil aún la ética civil que no es sino una amalgama de principios morales de aquéllas... En una democracia, digo, las consecuencias de acciones corruptas de los profesionales y de las actividades que desempeñan, al menos los del primer orden citado, en muchos aspectos son esas profesiones y sus profesionales mismos quienes las pagan, pues el ciudadano desconfiado y remiso acaba renunciando a ellos y a sus servicios. Así, el ciudadano opta por no comprar, por no consultar al médico e ir al curandero, puede renunciar al abogado y abstenerse de pleitear, puede dejar de confiarse al sacerdote... y no espera nada confortador de la Justicia.

Pero hay una profesión que se constituye en la clase aristocrática de la modernidad y se sitúa al nivel de la clase política o por encima de ella: el Periodismo. Y lo hace en nombre de un tipo más de libertad entre las clases varias que hay de ella, controvertido como pocos: el de "informar". Pues bien, la corrupción de la clase periodística que actualmente detectan sus propios profesionales entre sí, se extiende invasoramente como progresa el desierto. La septicemia consiguiente social derivada de una clase profesional tan influyente, desestabiliza, crispa y deprime la convivencia y pone en grave riesgo a la propia democracia. Pues esa clase privilegiada quita y pone, posibilita e imposibilita acuerdos y negociaciones, defenestra y encumbra, alborota y sofoca. Y todo, lo hace desde los púlpitos que en otro tiempo en España ocupaban los curas...

Un periodismo como el que reina actuamente, y quizá también gobierna, con la estentórea megafonía de medios radiofónicos y televisivos de los que está pendiente la inmensa mayoría de la población, si está corrupto, atenta como ninguna otra actividad contra la sociedad civil y contra los fundamentos de la democracia y de la ética más elemental, además de ir contra la inteligencia, como en otro tiempo la religión se dirigía ordinariamente contra ella.

Al principio decía, que la corrupción de lo excelso es lo más abominable. Y es que el periodismo potencialmente lo es. Por dos razones: porque así se considera como máximo protagonista de la suerte de la política y del llamado "control social", y porque la formación técnica y general del periodista es -al menos se supone- de las más completas en una sociedad que en términos generales va por la pendiente en materia cultural. Aprovecharse de la indiferencia, de la estulticia y de las pasiones de las grandes masas en lugar de contribuir a que los valores sociales que no necesitan interpretarse se coticen más, es la esencia de la corrupción periodística. Al menos su corrupción ética empieza por ahí. Y a a esa tentación -es cada día más evidente- sucumbe con mayor voluptuosidad, con independencia de las simonías y sodomías concretas en que sin duda incurre constantemente el periodismo al uso, según reconocen muchos de los profesionales honestos que aún quedan...

Decía antes que el ciudadano desconfiado puede renunciar en muchos casos a relacionarse con determinados profesionales. También puede volver la espalda a los periodistas, no comprar ni leer los periódicos dominantes, no ver telediarios; ni siquiera en general ver televisión. Y eso, me sospecho, en buena medida está sucediendo. Por eso Internet es el refugio de los desconfiados con causa. En Internet se siente uno relativamente a salvo de la corrupción periodística, aunque ya hablaré otro día de qué modo cabe también en “la Red” la corruptela a través de los circuitos que hacen posible este epifenómeno y de quienes los manejan y "administran" a mucha distancia.

En realidad, en la vida social, como en la natural, nada se libra de la oxidación y de la amenaza de herrumbre. Ahora es patente el recelo que inspira el periodismo entre los ciudadanos que no viven bajo el efecto de las clásicas o de las nuevas adormideras. Pero lo grave es que cada día va a más. Así es que, o el periodismo se transforma en otra cosa, o terminará la sociedad por proscribirlo y mandando a los periodistas al infierno.






















>> Autor: Jaime Richart (24/10/2005)
>> Fuente: Jaime Richart


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