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PERTURBACIONES ATMOSFÉRICAS
La guerra del agua va camino de no ser una metáfora.

La industria total, la tala, la construcción salvaje y, sobre todo, el coche y el trajín de todo ello van a ser la losa de nuestra sepultura.

-No deja de ser un sarcasmo el hecho de que justamente la ausencia de lo que en meteorología se llama “perturbación atmosférica” sea precisamente la causa de la verdadera perturbación, es decir, el desastre general al que estamos asistiendo a escala más o menos planetaria. Y cuanto menos curioso por lo que ahora nos está desvelando el trastorno climático, que se llame “perturbación” al mecanismo visible respiratario de la biosfera; también sístole y diástole cardiaca del planeta al que el escocés Lovelock, y Margulis, llaman Gaia: un ser vivo en sí mismo. Su teoría establece la interacción de los seres vivos con la atmósfera, alterando su composición y los climas... ¿Quién se atreverá a negarles ahora su razón?

No debe sorprendernos, pues tampoco lo que llamamos enfermedad en un ser vivo lo es propiamente. La enfermedad es síntoma o efecto, pero no causa de la disfunción o perturbación grave en un organismo. Así es que la perturbación atmosférica, en este sentido no era tal. Si no todo lo contrario: signo de vitalidad, señal de la buena salud biosférica. Ahora, las perturbaciones atmosféricas apenas se producen. Todo lo que hay en el plano atmosférico es “apenas”, o es brusco. Apenas lluvias, apenas vientos, apenas tempestades, apenas brisas, al lado de trombas de agua, inundaciones, tsunamis y cambios bruscos de temperatura. Y ahora es, paradójicamente, cuando da la impresión de estar entrando el globo en un proceso de metástasis...

Y hablo de lo que conozco: de Europa...

Pues vengo observando estas cosas hace por lo menos una década. Cuando se encendió mi alarma personal. Lo he venido haciendo como el astrónomo aficionado a la espera paciente de descubrir un nuevo cometa o un nuevo astro, pero con la esperanza invertida, es decir, con la ilusión —veo que ya inútilmente— de que se restablezca la climatología a que venía acostumbrado cincuenta años atrás. Cuando empecé a sospechar que algo funcionaba mal en ella, con independencia de su proverbial veleidosidad. Pero expertos hubo que trataron de apartarme del asunto, porque yo no lo soy. Como si el tiempo atmosférico, algo que nos llega directamente a todos a la retina, al pulmón y al sistema nervioso fuera un arcano más de la Ciencia al que los profanos no tienen acceso y sobre lo que no se deben pronunciar.

Y lo vengo observando, no sólo en mi piel, en mi cuerpo y en mi ambiente y en el de otras zonas de la península, sino también cuando viajo por el continente. Y además, viendo qué sucede cuando me asomo a los canales televisivos europeos con motivo de eventos deportivos y se retransmiten otros exteriores. Y bien sabe Dios que no podría vivir mínimamente equilibrado si esa observación respondiera a una obsesión vacía de sentido. No. La observación es efecto colateral o consecuente al acto de prestar instintiva atención a la coyuntura meteorológica del momento en cada circunstancia a lo largo, como digo, de estos últimos diez años.

A todo esto me refería en mi artículo sobre la falta de previsión de los políticos "Pero ¿no se veía venir?”...

La industria total, la tala, la construcción salvaje y, sobre todo, el coche y el trajín de todo ello van a ser la losa de nuestra sepultura. Quizá esto forme parte del destino ineluctable a que está abocado el ser humano. Pero esperando a ser juguete de la Naturaleza sin poner nada de nuestra parte, el efecto dominó de la falta de vientos, de nubosidad y de lluvias terminará afectando incluso psicológicamente más de lo debido a la población en países tan poco acostumbrados a sufrir...

Una nueva cultura del agua se impone sin dilación. No admite espera. Aprovechar hasta la última gota del rocío, como hacen los habitantes de lugares desérticos, es el desafío.

Prefiero no pensar en quienes ven en mí al típico catastrofista. Así me han venido tratando muchos hace tiempo. Prefiero no pensar en ellos porque ellos, los ciclópeos intereses mundiales y los políticos de todo el orbe occidental renuentes a dar un golpe de timón en esto (unos por temor a alarmar, y otros por temor a mermar los beneficios de quien sea) son los verdaderos responsables y culpables de lo que se nos está viniendo encima. Este tipo de persona, el triunfalista, el optimista, el “enajenado” desde sí hacia su dintorno, sólo sumido generalmente en su azarosa vida sin mirar jamás al cielo, está por todas partes en las democracias artífices de la polución ya imparable y es el virtual dueño del globo. Y él, la encarnación absoluta del necio, que no hace caso del científico pero tampoco del augur que hay en el pastor de ovejas, es quien está precipitando el fin...

En suma, si por motivos de fantasía o de ciencia-ficción el ser humano se hubiera propuesto desecar o desertificar la Tierra, hubiera hecho lo que, ignorante y necio, ha hecho y sigue haciendo.


>> Autor: Jaime Richart (04/05/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


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