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ASIMETRÍA
Ominosa desproporción entre las víctimas del terrorismo y las del contraterrorismo

Hay tal desproporción entre el número de víctimas del terrorismo local e internacional y el causado por la reacción de los Estados y principalmente del que se ha constituido en gendarme universal, que hay que decir ¡basta! a toda esa impostura.

Ya va siendo hora de que el mundo verdaderamente civilizado diga al imperio que abandone el argumento terrorista para hacer de su capa un sayo con pretensiones de legalidad. Es tan manifiesta la asimetría, que ofende a la inteligencia más obtusa su obstinación en que el resto del mundo tenga por justificadas su crueldad y su alevosía para combatirlo, y mucho más que exija, encima, inmunidad para las barbaridades que comete su soldadesca instruída precisamente para cometerlas.

...Que se lo digan a las familias de las víctimas del 11-S, del 11-M y de ETA nos replicarán inmediatamente los que, como un resorte, ya están preparados para saltar frente a cualquier reflexión que se aparte de su dogma. De ese dogma gestado y, como siempre, habilidosamente exportado por la causa pervertida anglosajona en cuya virtud existe una verdad universal doble en relación a este asunto: primero, que terrorismo sólo hay uno, y segundo, que todo lo que hagan los Estados para combatirlo es poco, y por eso va incluida la licencia para acciones aberrantes. Sí, se comprende que sea muy difícil que las familias de víctimas del terrorismo encuentren consuelo en el agravio comparativo. Es natural. Pero dirijan sus maldiciones contra los verdaderos autores intelectuales que están dentro de la casa. No contra los testaferros de tez oscura a quienes éstos señalan permanentemente con el dedo para hacer mientras tanto sus pingües negocios...

Sobre los dos ingredientes de esa verdad universal sentenciada como tal por los padres del neoliberalismo yanqui, la "sociedad de la guerra" y su "presidente de la guerra" vienen vertebrándolo todo desde hace un lustro. Con ellos, del crimen masivo y sostenido solapado en dos guerras ficticias han podido hacer el motor principal tanto de "su" economía como de "su" riqueza nacional en la actualidad. Y esos dos ingredientes —lo sabemos—, que provienen de la propaganda científica preparada en laboratorios mengelianos, han venido siendo introyectados en el cerebro, en la conciencia y en el espíritu del periodismo cómplice, del ciudadano medio y del político mediocre y aun del superior, del resto de Estados occidentales. Todos hablan ya el mismo lenguaje, y para nada quiere saber ya ninguno de ellos que la infección la tienen en la trastienda: es cosa juzgada.

Pero... dígase eso mismo a las familias de los centenares de miles de muertos y tullidos (buen cuidado tienen en no publicar cifras) de esos dos países desgraciados, Afganistán e Irak. Dígaselo a las de los incontables muertos y torturados en cárceles y en guantánamos, a las de los "suicidados" por el mero hecho de ser islámicos o parecerlo en cualquier país fuera del suyo... replicamos nosotros por ellas. Y todo eso, incluso sin tener en cuenta la convicción de buena parte de la humanidad de que tanto el 11-S como el 11-M —las obras cumbres del terrorismo matriz, el terrorismo de partida— son obra del típico agente doble: la obra de quien crea cuidadosamente el monstruo, para dedicarse luego sine die a destruirlo destruyendo de paso todo lo que le estorba atribuyéndole relación con él. Gran idea, pero viejo truco mil veces empleado en la Historia. Lo sabemos quienes la conocemos bien.

Creado el monstruo frankesteiniano, vive la humanidad actualmente bajo el síndrome de esa vivencia monstruosa que no ceja. Es cierto que el mundo, acá y allá, de norte a sur, de un polo a otro, de un meridiano a otro siempre estuvo en manos de los canallas que se limitaban a perdonar la vida a los demás lo justo. Lo justo, es decir, en la medida que necesitaban de ellos para su vida regalada. Pero la visión posible, antes era tan estrecha y fragmentaria que a duras penas traspasaba la aldea en que vivíamos...

Sin embargo hoy nuestra desgracia, la desgracia de la postmodernidad, es que nuestra visión abarca tanto como la que abarca la de los que manejan los hilos de las marionetas. Antes éramos muñecos de madera. Nada nos hacía temblar fuera de lo que, bueno o malo, sintiésemos dentro del desván donde nos arrumbaban. Pero hoy, hoy somos el Pinoccio convertido por el hada en niño de verdad. Por el hada de la información-desinformación-contrainformación. Pero al fin, marionetas con consciencia, con conciencia y con capacidad para sufrir por las barbaridades cometidas por los más fuertes sin alma sobre otros seres humanos como nosotros. Hoy somos Pinoccio, entre Gedeón, el honrado Juan y Strómboli...

Y es por eso por lo que se hace más pavorosa la visión de un mundo que se nos viene encima y nos aplasta. Podíamos antes refugiarnos en la paz cercana que solía. Hoy no es posible. Los fabricantes del monstruo lo han infectado todo con la misma cantinela. Por un lado, con la destrucción galopante e implacable de la biosfera fruto de una política economicista también brutal (aquí empieza todo), y por otro, con el pretexto de una lucha cerval contra un fuego que los que no se cansan de decirnos que tratan de apagarlo, tampoco se cansan de atizar haciéndolo sagrado...

Cada día nos obsequia con la noticia o la jactancia convertida en noticia de una nueva abyección. Cada día un miembro infrahumano de esa sociedad que aplasta a unas con la energía que hay en un sol y a otras con torrentes de palabrería, nos da idea al mismo tiempo de que ni siquiera tiene conciencia de que bastará el corrimiento de una placa tectónica bajo su plataforma continental... o simplemente dos años seguidos sin lluvia, para convertir a ese pueblo bíblicamente predador en un guiñapo. Al menos eso —lo adivino— es lo que tres cuartas partes de la humanidad, sea a gritos sea in pectore, le desea. Cayó Roma. Caerá Washington. Lo veremos.

>> Autor: Jaime Richart (07/02/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


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