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LA LIBERTAD ANTROPOLÓGICA
Otra teoría sobre la libertad...

Toda en teoría, muy escasa en la práctica: pese a lo que se empe­ñan los optimistas y los triunfadores, si bien la libertad del ser humano como ser pensante podemos decir que es completa, su li­bertad social se reduce a ese mínimo mar­gen que tiene la hormiga para salirse a duras penas del sendero…

LA LIBERTAD ANTROPOLÓGICA

25 Octubre 2010
En todo caso a la realidad dan dos ventanales. Desde uno de ellos la realidad “es” lo que presenciamos con nuestros propios ojos, lo que es­cu­chamos y lo que entendemos. Desde el otro “es”, lo que nos cuentan. Sentados frente a uno de los dos, podemos utilizar dis­tintos anteojos para verla, medirla, pe­sarla y valorarla. Cada uno nos apor­tará un co­nocimiento moral y material de cada cosa. Y a su vez ese conocimiento se mo­dificará y nos causará uno u otro efecto se­gún lo tratemos y se­gún el grado de profundi­dad a que seamos ca­paces de lle­gar.

Pues bien, la antropología es uno de esos anteojos y la antro­polo­gía fi­losófica otro. Y a través de ambos no se ven ni el enfoque ideo­lógico ni el político ni el moral, que son los tres más usuales someti­dos a la pública opinión. Pero desde la perspec­tiva de la antropolo­gía filo­sófica la realidad es bien simple como que es tan in­diferente que un mare­moto se trague todo un país, que un microbio de la fie­bre nos mate o que su­cumba por un cambio brusco de temperatura.

La antropología filosófica es un marco de estudio y análisis del ser humano como zoon más que como politikon; más irracional que ra­cional. Desde esta perspectiva antropológica la libertad entendida como libre albe­drío y la libertad política entendida como libertades formales, o son inexistentes o son minúsculas; desde luego carecen de la naturaleza que les confiere la política y los ordenamientos jurí­di­cos. Por ello, aunque la política y el derecho y en correlación el pe­rio­dismo interpretan las li­bertades formales como ausencia total de opresión sobre nuestro espíritu y nuestro desenvolvimiento personal, anali­zadas antropológicamente son tan re­sonantes como vacuas, tan reales o ilu­sorias como la libertad filosófica en tanto que auto­nomía in­terna.

Pero entre nosotros los latinos hoy día se filosofa poco y se atiende más a los as­pectos externos y más inmediatos de los con­ceptos, es­pecialmente cuando nos expresamos en lenguaje político o jurídico, que es lo más habitual. Por eso los leguleyos son los que dominan. Pero lo frecuente no es hablar de la libertad en tér­minos filosóficos o meta­físicos, sino sociales. Por eso el jurista, el político y el periodista se re­fieren siempre a la libertad como li­bertad social. Y así dicen; aquí hay libertad, allá no hay liber­tad. No perfilan nunca ni modulan el cuánto, ni parten de un modelo de libertad ni de un mo­delo de socie­dad donde la haya en absoluto. Sencillamente porque no existe. No ponderan que toda tribu, todo clan, todo Estado tienen sus reglas, sus normas, sus leyes, sus costumbres. Y toda norma, toda ley, toda costumbre limita la liber­tad. Jean Jacques Rousseau decía que la condición de la libertad es inherente a la humanidad, una inevitable faceta de la posesión del alma en la que todas las in­teracciones so­ciales con posterioridad al nacimiento im­plica una pérdida de libertad, vo­luntaria o involunta­riamente. El hombre nace libre, pero en todas partes está encade­nado. En toda sociedad, para serlo, hay restriccio­nes.

Pero en general y en oc­cidente basta que un país haga una am­pu­losa pro­clama o declaración de la libertad en cons­titución o en sus instituciones, para que todos los opi­nantes estén de acuerdo en que la hay. Lo de menos es averiguar y comprobar si ese país en con­creto, sus policías y sus jueces con­culcan o no la libertad en todo o en parte por clases sociales, por segmentos de población o por te­rritorios. Va­lórese la libertad que disfrutan los ciudadanos comunes en Estados Unidos según sean patricios, negros e hispanos, y qué clase de liber­tad está im­poniendo a cañonazos en los países inva­di­dos y ocupados en Oriente Medio. Pero también, véase qué clase de li­bertad existe en España y, por ejemplo y concretamente, en el País Vasco donde son profusas las detenciones y procesamientos bajo la ya gran excusa de las de­mo­cracias burguesas occidentales, y especialmente la espa­ñola, de terrorismo y apologías. Por eso, unos maldicen fácilmente a paí­ses como China o Vene­zuela y a sus dirigentes ig­norando o que­riendo ig­norar que la libertad formal bá­sica empieza por tener cada ciudadano un te­cho digno, una nutrición sufi­ciente, una enseñanza de calidad y un res­peto abso­luto al ciuda­dano por parte de quienes os­tentan o detentan el poder. ¿Se plas­man, se realizan, se concre­tan en realidad todos esos de­rechos que consti­tuyen la li­bertad for­mal de primer rango en esas democracias burguesas? Yo creo que habría que de­mos­trar que no sólo son no­minales, que todo el mundo y en cualquier parte del territorio del Estado puede dor­mir tranquilo, satis­fecho, sin temor? Yo creo que habrá que demostrarla fe­haciente­mente cuando la dis­criminación racial en unos sitios, la catego­ría so­cial y la capacidad econó­mica de los ciudadanos marcan enormes distancias entre los derechos y li­bertades de unos ciudada­nos y otros.

Volviendo a la antropología filosófica, ésta distingue entre la emi­colo­gía: estudio de los significativos en el ámbito estructural y del com­portamiento de una cultura, descritos desde el propio punto de vista de esta cultura, y la eticología: estudio de los significativos del ám­bito estructural y del comportamiento de una cultura, descritos en función de unos rasgos independientes o por contrastación con otras culturas, por ejemplo, con la cultura del estudioso.

Esto significa que ningún autor periodístico, ni el lenguaje usual de los medios de comunicación -los chamanes de la modernidad- atien­den al concepto libertad desde el punto de vista emicológico, es de­cir, desde las "razones" que existen en otros países de culturas muy dife­rentes de la nuestra para organizarse socio políticamente, y apli­car sus reglas, preceptos y costumbres. Esto es tan lamentable como ver “normal” aplicar a un reo la inyección letal o la silla eléc­trica por una sentencia, y una ejecución de rango superior a la lapi­dación en que difícilmente la muerte del reo no será prácticamente instantánea gra­cias a una piedra en la sien. Y tan la­mentable como suponer que no­sotros, los occidentales, tenemos derecho a la inje­rencia y a la im­po­sición de nuestras ideas y conceptos políticos, a la fuerza de los em­bargos o por la brutalidad de invasiones y ocupa­ciones armadas, atentando contra la más elemental de las liberta­des de los pueblos a gobernarse por sí mis­mos y por sus costum­bres, nos guste o no. Pues la reafirmación de los valores propios negando los aje­nos, por un lado, y el derecho a la injerencia, por otro, son las acti­tu­des más odiosas, desde el punto de vista humano y también antro­pológico, de las bestias, engreí­dos, petulantes, soberbios, fas­cistas y neolibe­ra­les.

Estos apuntes pueden valer para que se vea hasta qué punto, desde el prisma antropológico –otro más de los enfoques posibles- la palabra libertad es evanescente y escurridiza. Tan escu­rridiza y eva­nescente como el agua entre las manos, y como los conceptos amor, respeto, justicia, democracia y dios.

>> Autor: Jaime Richart (30/10/2010)
>> Fuente: Jaime Richart


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