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CORRUPCIÓN, ¿QUÉ CORRUPCIÓN?
Vivimos en un espacio socioeconómico cuyo único dueño ya es sólo el mercado.

No les falta razón práctica e higiénica a quienes lo quieren ya así reconocido, sin tapujos.

No les falta razón a esos indeseables, esos neoconservados odiosos norteamericanos que se llaman a sí mismos neoliberales porque postulan un mercado absolutamente libre, sin bridas ni restricciones. No les falta razón, porque en realidad todo va por ahí. El odio que nos inspiran, la repugnancia que nos provocan es, sobre todo y por encima de todo, por la depredación, las invasiones y la violencia de que se valen para sus fines. Y luego, porque la libertad mercantil que ensalzan ya no existe, ni puede existir. Ya está copada. Ya está irreversiblemente maniatada por el supercontrol que ellos mismos se han asegurado en todos los sectores del mercado. Allí, en Norteamérica, los republicanos, aquí, en el resto de Europa, los demócratas cristianos, y en España, la derecha de siempre.

Otra consideración nos merecería ese pensamiento si, negándose ante todo al crimen masivo solapado en falsas o aparentes guerras y absteniéndose de la manipulación y de la mentira como instrumentos de dominio permanentes, todo y todos los mercados empezasen desde cero. Si no fuera por eso tan sumamente grave para cualquier sensibilidad media, y ya que huyen del socialismo real como de la peste, en el ámbito estricto socioeconómico quizá estaríamos dispuestos a discutirlo y a repensarlo...

Porque en este momento, en España al menos, en un recipiente lleno de basura y detritus sin posibilidades prácticas de regeración, suena a chiste o a sarcasmo oir hablar de corrupción en tono de reproche y de escándalo. Felix Azúa refiere que “en una ocasión, a Madame Du Deffand le dieron el chivatazo de que el barón D''''''''Holbach acababa de publicar un libro en el que negaba la existencia de Dios. "¡Qué asco! ¡Es intolerable! ¡Hay que ahorcarlo! -exclamó la gran dama-. ¡Ese hombre ha osado decir lo que todos sabemos!". Lo que todos sabemos aquí es que España es un enorme basurero: en política, en comercio, en economía y hasta en religión. La izquierda más sana no puede o está mezclada. Y la radical está diezmada y ya apenas cuenta en este in crescendo de un concierto de las disonancias. Aun así, todos los que intentan, intentamos, hacer algo para evitarlo, sea donde sea, estemos donde estemos, tenemos la sensación de que es como si quisiésemos retener un puñado de agua entre las manos...

Con mis excusas a una de las profesiones más dignas y respetables que se conocen, nuestra sociedad, en sus cuatro quintas partes de componentes no sólo mercantiles o materiales sino también espirituales (todo eso que en conjunto constituye lo que llamamos "moral"), es un gran prostíbulo. Y, cuando se oye o se lee a alguien desde la política o los medios emplear acusatoriamente, inquisitorialmente, las palabras “corrupción” o “corrupto” es como si en un salón de lenocinio una prostituta, para insultarla, llamase “puta” a otra que comparte salón y profesión con ella...


>> Autor: Jaime Richart (10/03/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


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