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(825)

LAS POLÍTICAS MEDIOAMBIENTALES DE LATINOAMÉRICA.
Una vez más, durante las celebraciones del Día Mundial del Medio Ambiente de este año, se han sucedido los informes, actos y denuncias sobre el estado del ambiente en todo el mundo. También una vez más, en América Latina, se ha repetido la actitud de evaluar la situación ambiental de la región en relación a lo que sucede en los países industrializados.

Si bien se citan ejemplos de los graves impactos ambientales en EEUU, Europa y los países industrializados de Asia, por otro lado se pone a esas naciones como ejemplo a seguir en materia de acciones y normas ambientales.


* Imágenes de Luis Sebastián para Ibérica 2000.

La gestión ambiental del norte se convierte en un espejo contra el cual se compara la situación de América Latina, y de esa manera, a veces sin buscarlo explícitamente, nuestra agenda ambiental queda atrapada en los contextos de los países industrializados.

Esa mirada que usa como medida de referencia al hemisferio norte se expresa en varios terrenos.


Por ejemplo, en el plano académico los debates en las universidades Latinoamericanas se hacen en referencia a las estrategias que se discuten en las cátedras y "journals" científicos de Estados Unidos y otros países industrializados; las instituciones de asistencia al desarrollo, tales como el Banco Mundial o el BID, promueven programas ambientales que en muchos casos son el simple traspaso de estrategias ambientales desde el norte al sur; y los estándares ambientales de la EPA (Environmental Protection Agency, de Estados Unidos) son referencia en muchas nacionales.


Algunos han dados otros pasos, donde existen organizaciones del norte que directamente desembarcan en el sur.

Organizaciones como Greenpeace o el WWF (World Wide Fund for Nature) abren oficinas en América Latina o establecen contrapartes privilegiadas de trabajo; otras, como Nature Conservancy o Conservation International, mantienen programas todavía más agresivos de gestión ambiental en el continente basados en un diseño conceptual realizado en Estados Unidos.

A esta tendencia se suman los contingentes de profesores universitarios y estudiantes tesistas, especialmente de Estados Unidos, que desde hace décadas desembarcan especialmente en México, Costa Rica, Panamá, Ecuador y Perú.

Algunas localidades (cientos de artículos en inglés y publicados en el norte tienen temas ecológicos en Monteverde en Costa Rica, la isla de Barro Colorado en Panamá o el Manu de Perú).

En algunos lugares manejan directamente las áreas protegidas, y en otros establecen reglas de gestión ambiental extremadamente rígidas y expansivas, con los casos más notables con Conservation International y Nature Conservancy. Nos miramos una y otra vez en el espejo del Norte, y sin apartar la vista de él, pasamos a evaluar la eficacia o ineficacia de nuestras medidas ambientales.

Las posturas que se generan en los países del hemisferio norte tienen un fuerte impacto en los análisis sobre el futuro de la gestión ambiental Latinoamericana.

Un ejemplo de esa tendencia ha sido el reciente artículo publicado en La Insignia La política ambiental canadiense, un ejemplo a seguir, de Christian Sellés (21 de mayo del 2003). Allí se destaca la posición de Canadá en materia ambiental y se subraya el papel del Primer Ministro Jean Chrétien como "un ejemplo a seguir" por su firma en el Protocolo de Kyoto sobre cambio climático y el anuncio de creación de nuevos parques nacionales.

Situaciones como estas merecen ser analizadas con más detenimiento, al menos en dos niveles: el primero debe considerar hasta qué punto la gestión ambiental en los países desarrollados es un "ejemplo a seguir", y el segundo, las implicaciones conceptuales de esas posturas.

La gestión ambiental en Canadá.
Comenzando por el primer aspecto, se puede ofrecer un apretado análisis sobre las medidas y situación ambiental canadiense.

Rápidamente se descubre un contexto complejo y contradictorio.

Es cierto que el gobierno federal canadiense aprobó el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, y ha anunciado la creación de nuevas reservas, pero simultáneamente no ha avanzado en resolver muchos otros problemas, y ha reducido los presupuestos para atender esas demandas.

Canadá enfrenta serios problemas ambientales, tales como la mala calidad del agua en muchos puntos, el deterioro constante de las pesquerías, el aumento del uso del carbón, la explotación de hidrocarburos, la pérdida de bosques, o el aumento explosivo de los desechos urbanos.

Si bien la decisión del primer ministro canadiense de designar diez nuevos parques nacionales terrestres y cinco nuevas reservas marinas fue ampliamente difundida por la prensa, los funcionarios y exfuncionarios de la Agencia de Parques Canadienses son mas realistas: recuerdan que entre los "nuevos" parques varios han estado anunciados desde hace mas de una década y uno en particular desde 1970 (1).

El proceso de consulta será largo, y a ello se suma que ese mismo gobierno federal ha recortado fuertemente el presupuesto de la agencia de parques, por lo que pocos esperan ver concretadas esas medidas en un futuro cercano (1).

Varios analistas consideran que si bien la situación general de los parques es mejor que la de los EEUU, ningún área del vasto territorio canadiense está exenta de problemas como los mencionados en el artículo de Selles.

Recordemos como ejemplo que una muestra de aire en el Parque Nacional de Banff en plena temporada arroja contaminantes, e incluso en el Artico las poblaciones humanas y animales sufren de altos niveles de mercurio.

La superficie protegida sigue siendo muy baja (menos del 10 % del territorio), a pesar de que el 94% de los bosques canadienses están en tierras públicas, lo que ofrece facilidades para delimitar nuevas áreas protegidas.

Por esas razones Canadá se ubica entre los últimos puestos en esa materia ambiental entre las naciones industrializados (2).

Canadá enfrenta otros serios problemas con los residuos sólidos y el agua.

El canadiense promedio produce mas basura que el ciudadano promedio de los 17 países industrializados de la OECD (2), y su manejo de ha convertido en un dolor de cabeza.

La ciudad de Toronto no desea quedarse con su basura y por ello exporta miles de toneladas de desperdicios hacia Michigan (Estados Unidos), lo que significa un traslado de cientos de kilómetros con decenas de camiones al día. Otras ciudades y provincias han tomado determinaciones diferentes; Halifax en conjunto con la provincia de Nova Scotia creó nuevas formas de manejo de los residuos sólidos, y hoy es consultada por otras ciudades de Norteamérica y Europa (3). En el caso del agua, el consumo per capita sólo es superado por los EE.UU., y en muchos sitios hay problemas de acceso y contaminación.

El Estado no ha atacado esas dificultades de manera adecuada.

Por ejemplo, en el año 2000 en Walkerton (Ontario) se enfermaron 2300 personas y siete murieron a causa de la contaminación del agua; las investigaciones sobre el caso demostraron que los recortes del gobierno de Ontario al ministerio de Medio Ambiente eran indirectamente responsables de esa tragedia.

En otros casos la extracción de recursos genera fuertes impactos, Por ejemplo, el aprovechamiento del llamado "petróleo de las arenas" en la provincia de Alberta, requiere procedimientos de minería a cielo abierto, que generan una enorme contaminación de dióxido de carbono (emisiones en el orden de 18 megatoneladas de CO2 al año; 3), y dejan como legado una "cantera" de 300 km2 (3).

En el caso forestal la situación es igualmente grave, ya que se continúan con practicas de tala de los bosques más viejos, desencadenando un enorme impacto ambiental, no sólo para las especies vegetales, sino para los demás animales que viven en esos ambientes.

Las medidas ambientales que se intentan en algunos casos chocan con las limitaciones del propio gobierno federal canadiense, y en otros con opciones distintas a nivel de provincias y municipios.

Sea por una razón o por otra, la política ambiental canadiense ha tenido, como en muchos otros países, sus puntos altos y bajos, y si bien en los últimos meses el gobierno federal ha asumido compromisos importantes, estos no son acompañados necesariamente por políticas similares a nivel local, o no pueden ser llevados efectivamente a la práctica por las propias limitaciones estatales, especialmente las financieras.

Este es un cuadro similar a lo que sucede en otras naciones, y en muchos lugares de América Latina, donde si bien se anuncia alguna medida ambiental enérgica, por otro lado se desmoronan prácticas concretas de conservación. Como conclusión, la política ambiental canadiense no parece ser un ejemplo a seguir, y se encuentra en muchos rubros entre las peores de los países industrializados (Boyd, 2001), y ofrece los claroscuros típicos, con grandes anuncios y pocas medidas efectivas.

La necesidad de una política ambiental propia.
La idea misma de la necesidad de una referencia constante con el norte también debe ser motivo de discusión. Se debería comenzar a debatir con madurez sobre la "pretensión pedagógica" del norte, donde organizaciones y personalidades del norte intentan enseñar al sur la mejor manera de gestionar la naturaleza.

Es llamativo que los casos inversos no existen; todos consideran muy apropiado que el WWF desde Estados Unidos le indique a los países tropicales cómo manejar sus bosques, pero hasta ahora no se han dado casos notorios de grandes organizaciones ciudadanas de América Latina tropical que le expliquen a los canadienses y estadounidenses cómo manejar los bosques nativos del costa del Pacífico, a pesar que su ritmo de destrucción es equivalente al de la Amazonia.

De la misma manera se debe romper la manía de mirar una y otra vez a lo que sucede en Canadá, Estados Unidos o la Unión Europea como fuente de referencia y comparación en materia ambiental. La realidad de América Latina, tanto en lo ambiental como en lo social, requieren de medidas de gestión ambiental que son específicas, y deben generarse ajustadas a esa realidad.

Los estándares de Canadá, por ejemplo propios para la tundra, nada tienen que ver con los requerimientos ambientales de las zonas neotropicales del sur. Esta crítica al "espejo del norte" no implica caer en un aislacionismo que rechace los aportes que se hacen desde otras regiones.

Se debe prestar especial atención a las investigaciones en biología de la conservación que tienen lugar en los grandes centros de investigación de los países industrializados, conocer mejor los aciertos y debilidades en sus sistemas de gestión ambiental, o entender los instrumentos estatales de gerenciamiento y medidas de ese tipo.

Pero eso debe hacerse bajo un análisis crítico y maduro, identificando los aspectos positivos, adaptándolos a los contextos Latinoamericanos, así como inspirando soluciones novedosas. No puede caerse en posturas extremas sosteniendo que debemos seguir el ejemplo sea de Canadá, Noruega o Alemania, porque en cualquiera de esos países hay tanto grandes avances como una muy larga lista de fracasos y desastres ambientales.

En realidad, las historias exitosas en materia ambiental siguen siendo muy pocas.

La situación latinoamericana posee varias particularidades que exigen esa mirada autónoma y propia. Tan sólo a manera de ejemplo se pueden considerar algunas: Las llamadas "áreas naturales" de América Latina en casi todos los casos poseen poblaciones indígenas en su interior.

Muchas de las estrategias estadounidenses, en especial las de Nature Conservancy o Conservation International, están diseñadas para "áreas vacías" de población humana; su énfasis apunta a la protección estricta de los ecosistemas locales, donde las personas son consideradas como potenciales interferencias en ese propósito, sean éstos "motosierristas" de las madereras o las familias indígenas.

Ese hecho no siempre es claramente asumido en especial en Estados Unidos, donde las naciones indígenas fueron diezmadas, mientras que en Europa no tiene sentido aplicar ese concepto. Las superficies que se pueden considerar "naturales" o "silvestres" siguen siendo muy importantes en América Latina, y ese hecho ofrece otras posibilidades para la conservación.

Muchas zonas muestran impactos ambientales medios a bajos, lo que implica diferencias notables en el manejo territorial tanto con Europa como con EEUU, donde las superficies bajo esas condiciones son mucho menores.

En Latinoamérica la frontera agropecuaria no se ha extendido a todos los sitios posibles, en algunos sitios se mantienen zonas casi silvestres, y en otras zonas los impactos todavía han sido moderados.

Esas posibilidades ya no existen, por ejemplo en Europa, donde todos los paisajes tienen siglos de muy fuerte intervención humana.

El enorme acervo territorial en el sur, que a su vez da cobijo a una biodiversidad de una enorme riqueza, implica tanto responsabilidades como un abanico de opciones mayores en la conservación.

Finalmente es importante tener presente las tensas relaciones entre la conservación y el desarrollo económico.

Las demandas económicas son muy fuertes en América Latina, en particular por la difundida condición de pobreza, así como por la tradición desarrollista basada en exportaciones de recursos naturales. Los gobiernos son débiles, sus arcas están casi vacías, y sus políticas ambientales son muy débiles.

Los modelos estadounidenses o europeos presuponen marcos jurídicos, capacidades estatales y recursos financieros diferentes, y por lo tanto no pueden ser transplantados en el sur sin incorporar alternativas económicas.

Razones de este tipo hacen que las presiones económicas y sociales sean muy distintas en América Latina a las observadas en los países industrializados, y la conservación necesariamente debe articularse con una estrategia económica.

Aspectos como los que se acaban de mencionar son algunos de los que determinan condiciones específicas para América Latina, y que explican la necesidad de una política ambiental propia.

Siempre será bueno y necesario atender con atención las medidas que se toman en otros países, y considerar seriamente sus bases científicas.

Pero ya es tiempo de dejar se mirarse en el espejo del norte, buscando allí todas las respuestas y la base de todas las fundamentaciones, y pasar a observar más detenidamente nuestro propio entorno Latinoamericano, fuente de muchas preguntas y aliento para muchas respuestas.

Referencias.
Barrett, S. 2003. Picking new parks. En Canadian Geographic March/April: 46-58. Boyd, D. 2001. Canada vs the OECD: An Environmental Comparison. University of Victoria, Eco-Research Chair of Environmental Law and Policy. Cameron, S. 2001. Trash Action. In Canadian Geographic, May/June: 80-87.

Sobre los autores:
Diego Martino es investigador asociado de Claes/D3E, residente en Canadá. Y Eduardo Gudynas es secretario ejecutivo de Claes/D3E.

Más información relacionada en Ibérica 2000:
* Grupo de Reflexión Rural.

Insertado por: cipi-cpn (28/06/2003)
Fuente/Autor: Diego Martino y Eduardo Gudynas.
 

          


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Comentarios

Felicitaciones por el tema, solamente debemos subrayar, que el mayor problema ambiental para nuestra realidad es la pobreza que es estructural. RAUL TELLO SUAREZ PROMOTOR SOCIAL DE ORGANIZACIONES CAMPESINAS EN LA SELVA PERUANA
Nombre: RAUL TELLO SUAREZ  (05/05/2004) E-mail: tacarpo2001@yahoo.es
 

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