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Qué triste país

(4857)

QUÉ TRISTE ESTE PAÍS QUE JAMÁS LLEGA AL ESTADO DE BUENA ESPERANZA...
Triste, cuando son tan maravillosas sus tierras y tan alegres sus gentes.

Triste, por lo que representan y proyectan al mundo sus miles de mandatarios: sus mandatarios coronados, sus mandatarios políticos, sus mandatarios empresariales, sus mandatarios judiciales, su burguesía con fortunas de sospechoso origen.

Vergüenza es la palabra que los define a todos. Indignación y sublevación (por ahora ésta contenida) es lo que define el estado de ánimo de la mayoría de quienes lo habitan. Propios y extraños, naturales y naturalizados, autóctonos e inmigrantes, todos a punto de estallar de odio concentrado. Nada de santa indignación, nada de cortés y controlada cólera... Los espíritus honestos viven tal desasosiego, que sólo les falta un detonante para hacer que la sociedad entera salte por los aires.

La escoria social ha llevado a la ruina a este país, es decir, a este conjunto de naciones obligadas a soportarse entre sí por sus dueños desde hace cinco centurias, tras haberlo desvalijado a lo largo de diez años. Y como consecuencia de ello, los fundamentos de una sociedad moderna, es decir, sanidad y educación, se han desmoronado porque esa chusma los desguaza poco a poco. La crisis económica, en apariencia llegada de fuera, es una tapadera con la que pretenden justificar los desmanes de miles de individuos e individuas que han participado en el festín de miles de millones públicos. La Justicia de los fiscales, con sus falacias y vacuos argumentos, así como la que imparten ciertos magistrados contribuye asquerosamente a solaparlos. Los tribunales todavía vacilan y sueltan a los ladrones o les condena a penas irrisorias por las que ni siquiera entran en presidio, o salen inmediatamente o el indulto les espera. Y a cambio, persiguen a los jueces que se atreven a traspasar la línea roja trazada por el poder casi omnímodo de la escoria institucional. Y a todo esto, sin devolver los procesados inmensas fortunas escondidas en paraísos fiscales o pulverizadas en obras faraónicas fruto de la megalomanía, trufadas de más miles de millones en mordidas y comisiones.

Qué triste este país que jamás llega al estado de buena esperanza del autogobierno de algunos territorios ansiada toda su historia por la mayoría de sus gentes. Y más triste todavía tras la dictadura, por el predominio y atroz abuso de la misma casta de hombres y mujeres que ganaron una guerra civil, ahora alistados mayoritariamente en el mismo partido político y algunos también en el otro...

Jaime Richart
8 Enero 2014

Insertado por: Jaime Richart (08/01/2014)
Fuente/Autor: Jaime Richart
 

          


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