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Sobre el pensar y el leer, hoy

(4478)

VIVIMOS TIEMPOS REVUELTOS, PERO TAMBIÉN INÉDITOS...
Tiempos inéditos porque nunca habían transcurrido tantos años, 70, sin guerras en España o en la Europa cercana.

Por Jaime Richart - 20 Set. 2010
Y revueltos, porque la escasez de otras partes del mundo alimenta la abundancia de los países capitalistas y enciende la voluptuosidad por el despilfarro.

Eso se traduce en sobrepeso, sopor, ansiedad y tedio. Y qué decir de las drogas y el insomnio y su papel en la desestructuración social latente… Las muertes por suicidio en España superan a las del tráfico rodado, y en el mundo al número de las violentas, incluidas las que tienen lugar en las guerras.

En tales condiciones el pensar es un lujo, o tan atropellado como el torbellino de noticias que nos asaltan, y la lectura provechosa, que precisa de remanso psicológico, a duras penas lo encuentra. Pocas oportunidades hay para el leer reposado. Y no sólo por el ruido que atruena occidente, sino porque los torrentes de ideas que llegan y son reemplazadas por otras nos abruman.

Es muy difícil aislarse. Sólo en ambientes de anacoreta se halla paz y serenidad. Hoy, es cierto, la paz externa la disfrutamos aunque nos sieguen la hierba bajo los pies, pero la paz interior es mucho más rara. En cuanto a la serenidad, es un deleite casi desconocido.

Entonces, bien leamos por pasatiempo, por afición o por necesidad no nos queda más remedio que disciplinarnos si no queremos esclerotizar el pensar; un pensar ya de por sí estragado por millones de ideas que en realidad son variaciones sobre los mismos temas del pensamiento único. No abundan las nuevas, no hay variedad. Y las ideas que parecen brillantes son en realidad brotes de apenas media docena de auténticas. Los tópicos ruedan. Y no sólo en política; también en el arte, en la escena, en el cine, en la ciencia, en el comercio.

En cuanto a las costumbres, podría decirse que ya no existen, sólo hay hábitos personales e imitaciones inducidos por la publicidad y las televisiones. Pocas cosas de nuestra vida dependen de nosotros mismos: dependen de otros. Y eso, que podría considerarse ventajoso, supone renunciar al pneuma, al espíritu, a nuestro propio aliento. No hay referentes, ni ideas superiores, ni mitos duraderos de entidad. Ni sueños. Se está agotando, como tantos otros tesoros naturales, la imaginación, y de la fantasía predominante de pasadas épocas hemos pasado al delirio. A partir de aquí no puede haber sino reiteración, redundancia y deshilachamiento de las ideas. Al fin, disparate y decadencia.

Tratándose del periodismo y los medios oficiales, y de política, hay dos bloques posicionados exactamente con los dos partidos principales o, por mejor decir, únicos a estos efectos pero también a otros. Los dos discrepan bipolarmente en política interior, pero sólo en lo accesorio.

En los asuntos graves o muy graves, como el de territorialidad o el tumor vasco, y desde luego en política exterior, coinciden puntualmente. Todo lo que escriben está en una plantilla confeccionada previamente por todos sin haber tenido para ello que sentarse antes en una mesa para firmar acuerdos. Varían sólo el estilo y la amenidad.

Pero si se trata de responderles desde lo que llamamos contramedios, todo lo que razonamos son pinitos mejor o peor escritos en la misma dirección, con contenidos casi calcados y cargados por supuesto de toda la razón.

Pero, al igual que en ese ámbito del periodismo oficial, ay Dios, si uno se sale un ápice en los contramedios de los raíles trazados por el tercer ojo de la contraizquierda, adiós a la libertad de expresión y al respeto que nos debemos de acuerdo con los propios postulados de aquélla: el descarrilamiento está asegurado, como ocurre cuando en un periódico alguien se sale del tono esperado. No rechacemos de plano, por favor, las heterodoxias.

La prueba del repudio está en que si uno escribe (aplicando criterios antropológicos o de geografía humana), por ejemplo, que unos pueblos tienen un sentido colectivo organizativo -fijémonos bien, organizativo y colectivo- de mayor rango que otros, la montaña de esos postulados rígidos que administran unos cuantos se nos viene encima. Resumiendo, leer en los contramedios nos lleva a cerrar filas, pero podría decirse que ya poco más podemos decir.

A partir de ahora lo que cuadra no es pasarnos los días mareando la perdiz, sino pasar a la acción para cazarla. Pero si no lo hacemos, no pudiendo elevar a la sociedad significativamente sino seguir participando de sesiones circenses, al menos respetemos hasta lo que, en los contramedios, prima facie, pudieran parecer excentricidades y, con mayor motivo, más sin serlo…

Hay tanta turbulencia y oferta de lectura, que es preciso antes de leer ir a lo seguro para no perder tiempo, energías y el norte. Entre la barahúnda de quienes publicamos, lo mejor es centrar la atención en quien enriquece nuestras ideas y no en quienes las persiguen. Como no se puede leer todo y de todo y a todos y a todas, si no conocemos al autor hay que elegir por intuición. Y dejar de leerle no sólo cuando nos aburre, sino sobre todo en cuanto nos irrita. Al autor que nos defraudó o está en las antípodas de nuestro pensar, ignorémosle...

Por otra parte, para tener ideas propias, o imaginar que las tenemos, hay que leer precisamente a quienes nos punzan el pensar o lo contrarían suavemente; no a quienes nos adulan. Y si se trata de libros, ¿quién puede negar que hay que escoger los escritores inmortales o al menos esos cuyos textos perduran desde al menos cien años, pues sólo ellos pueden garantizarnos ideas sublimes?

En cualquier caso tanto pensar con rigor y cierta hondura, como leer con detenimiento, exigen un estado de reposo de la mente y una concentración hoy día, casi imposibles. Y si no leer en absoluto embrutece, leer demasiado abotarga el pensamiento. Y, además, tampoco se es culto por el mucho leer. La cultura no se adquiere incorporando a la memoria detalles, cifras y datos, sino roturando nuestra aridez, incorporando a nuestra piel la quintaesencia de la idea. Lo otro es pura erudición, y en estos tiempos de enciclopedias virtuales la erudición es más superflua que nunca. Hablando de ideas, conviene ordenarlas para hacernos a nosotros mismos coherentes, y mejor si las ordenamos por escrito. Eso evita caer en la confusión que quizá nos deparan los raudales de ellas vacías.

Partiendo, en fin, de que todo lo escrito en los periódicos y en Internet es prácticamente infinito y tiene carácter de urgencia, todo cuanto pase de dos páginas tamaño cuartilla y cuatro mil caracteres, disuade. Y disuade, pues si la razón no es prolija, el análisis de la noticia aún debe serlo menos. Por lo demás, es cierto que todo lo bueno ya lo han pensado antes otros, pero como además de pensantes somos copistas, con la ayuda de la lectura escogida podemos re-crear todas las grandes ideas, las ideas que nos trascienden, las ideas que, con sus consiguientes combinaciones, han sido alumbradas desde que el pensamiento humano creó el mundo que conocemos...

* A todos los artículos alojados desde Ibérica 2000, por este mismo autor... (A numerosos enlaces...)

Insertado por: Jaime Richart (24/09/2010)
Fuente/Autor: Jaime Richart
 

          


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