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Los toros y la fe

(4429)

NO BASTA CON HABER SUPRIMIDO LOS TOROS DESDE 2012 EN CATALUNYA Y ANTES EN CANARIAS.
Hay que instar de la OMS que promueva un tratamiento del cerebro para los taurófilos y los creyentes.

La taurofilia, es decir, el placer sentido ante la tortura y muerte de un animal, es equiparable a la fe católica; la fe, es decir, la irracionalidad convertida en foco de angustia y trastornos nerviosos que desestabilizan a parte de la sociedad y provoca disensiones graves, cuando no guerras, entre creyentes y no creyentes. Por eso taurófilos y creyentes comparten una sensibilidad semejante. Por eso los toreros aparentan religiosidad o son religiosos, y los creyentes suelen ser aficionados a los toros.


En todo caso ambos desvaríos o debilidades -toros y fe- dependen de una sola cosa: del grado de la evolución mental que experimenta todo ser humano a lo largo de su vida. Pues nada tiene que ver el discernimiento a unas edades y a otras. Es cierto que hay torpes y necios vitalicios, pero lo normal es evolucionar, ir madurando las ideas y las vivencias. De aquí que afirmar la evolución, sea un duro golpe no sólo para el Creacionismo religioso sino también para la creencia en general. A medida que el ser humano pasa por las etapas comunes: infancia, adolescencia, juventud, madurez y senectud, pasa también por estadios mentales diferentes. Nada tiene que ver lo pensado de acuerdo a una educación y una pedagogía generalmente recibidas en sumisión, con lo pensado más tarde según la inteligencia, el carácter y las inclinaciones personales.

Por eso es tan importante evitar la presión intelectiva sobre el aprendiz, y enseñarle a dudar es una cautela de valor incalculable: la duda es la fuente de la auténtica libertad. Sin embargo, el dogmatismo y las enseñanzas basadas en él provocan fácilmente una nociva inestabilidad mental y emocional que a su vez irradia agresividad. Una educación sana conduce suavemente al individuo a las "convicciones oscilantes", es decir, a la duda como propulsor de entendimiento. La Ciencia y sus logros están basados en la duda metódica.

Quiero decir con todo esto que un niño pudo haber “creído”, como pudo haberse “divertido” con los toros por las circunstancias, por el ambiente familiar o por el medio social vivido. Pero le llegará la adolescencia, la juventud o la madurez y comprenderá cabalmente que “los toros” y la fe de esa clase son dos aberraciones que no se corresponden con sociedades sanas, inteligentes y evolucionadas.

Puedo dar fe de lo que digo. Cuando era un chaval, vi alguna corrida por televisión. Eran tiempos en que todavía se escuchaban, aun lejanos, los ecos de una guerra. Y entonces nadie era exigente en materia de sensibilidad, ni la esperaba más allá del círculo familiar. Cualquier cosa se celebraba en materia de entretenimiento, y en la caja tonta cualquier cosa resultaba fascinante. Pero pronto se me manifestó la principal causa de mi asco: verme obligado a creer a pies juntillas en seres providentes o fabulosos, como fabulosos era los mitos de la antigua Grecia, y darse cita la muchedumbre en un lugar para presenciar una orgía de sangre escondida tras un arte imaginario o inventado.

Y este fenómeno evolutivo, por las razones expuestas más arriba, debe ser muy general. No puede haberme pasado sólo a mí. En consecuencia, no ha de estar demasiado lejos el día en que el país entero termine viendo en la “fiesta” sanguinaria de los toros un primitivo sacrificio ritual, en la religión católica una serie de prácticas de brujería, y en la fe del carbonero un conjuro.


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* El argumento antitaurino por antonomasia (Enlaces...)
* ???
* Los toros de lidia se divierten en la plaza
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* Los Toros, los taurinos y la tauromaquia
* Esta es la historia de como se permitió, una masacre anunciada
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Insertado por: Jaime Richart (01/08/2010)
Fuente/Autor: Jaime Richart
 

          


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28 de julio de 2010
Prohibición de las corridas de toros en Cataluña:
"una victoria histórica de la ecología, del animalismo
y de la democracia"
Según Sonia Ortiga, coportavoz de la Coordinadora Verde, "este voto favorable en Cataluña para prohibir las corridas de toros es la expresión más genuina de una evolución positiva de las conciencias que exige el fin
del maltrato animal en las costumbres y tradiciones. Significa un avance ético sin precedentes que aplaudimos sin reserva."
Para Florent Marcellesi, coportavoz de la Coordinadora Verde: "nos felicitamos de esta victoria histórica de la ecología, del animalismo y de la democracia en Cataluña. Que haya llegado a aprobarse una ley de tal calado a través de una Iniciativa Legislativa Popular es todo un éxito y un símbolo para la renovación democrática y los derechos de los animales.
Llamamos a seguir con esta lucha para que cunda el ejemplo en el resto del territorio español."
Nombre: Coordinadora Verde  (01/08/2010) E-mail: komuniko@hondarribiaverde.org
 
* Los nuevos "abolicionistas" contra el maltrato animal
Como está ocurriendo en otras ciudades españolas, en medio de todo el bochorno veraniego algunos "abolicionistas valencianos" se han manifestado frente a la Plaza de Toros de la ciudad de Valencia para exigir el fin de los vergonzosos espectáculos taurinos. Con el reciente cambio histórico adoptado por el parlamento catalán y después de todo un largo proceso impregnado de gran valor democrático, se ha abierto la puerta grande al debate público y al reconocimiento social del joven movimiento animalista que abandera las denuncias de maltrato infringido a los animales no humanos.
Además de avanzar en las posibilidades de mejora del trato que damos a nuestra hermandad animal, estas nuevas luchas sociales en favor del reconocimiento de unos "nuevos pobres y miserables" tienen un gran valor para cambios sociales mucho más amplios y profundos. No solo ponen patas arriba muchos de los supuestos normativos presentes en la regulación política y legislativa sobre animales, sino que también cuestionan muchas de las creencias y valores culturales cargados de arbitrarios prejuicios especistas. Son terreno de confrontación ante las reinantes formas de pensar y percibir basadas en la penosa desconexión y devaluación jerárquica hacia el resto de seres vivos.
La enorme sabiduría ética del movimiento animalista pone el dedo en la llaga, nos muestra como puede sobrevivir una violenta sinrazón bajo la apariencia de dignificadas identidades, arraigadas costumbres y avanzados saberes científico-tecnológicos. Este "socioanálisis espontáneo" realizado por el movimiento animalista saca a la luz todo un enraizado inconsciente social construido alrededor de la delirante idea de omnipotencia y control humano sobre el conjunto de la existencia y el mundo. Además, las necesarias luchas en defensa de los nuevos derechos animales tienen la virtud de aportar buenas dosis de realismo sanador. Sus recetas no solo están cargadas de legitimidad y fundamentos, también son practicables, y ayudan a aliviar el delirio de superioridad presente en las patologías identitarias que desencadenan un horror inimaginable sobre el mundo viviente.
La reciente prohibición de las corridas de toros en Cataluña ha sido un hito histórico en la lucha a favor del bienestar animal en España. Además, si se compara con las normas adoptadas en Europa, representa una tardía superación de la "excepción cultural española". Constituye un parcial desbloqueo de una "ilustración inacabada", la que se paralizó ante el sufrimiento y la tortura hacia los animales no humanos, y que en este país persiste y se enquista en algunas crueles costumbres heredadas de la "España Negra". Ahora puede ser el momento de dar "la alternativa" a la tortura animal practicada en las plazas de toros. El movimiento social de defensa animal así lo cree, y ya ha apostado por el fin de la tauromaquia en cada comunidad autónoma. Este posible avance en regulación y derechos se acompañaría también de una un gran conquista ecológica y moral, ya que supondría un avance en el reconocimiento político del valor intrínseco de los seres vivos no humanos. La abolición de las corridas de toros sería un digno acercamiento a una Europa avanzada en los valores de compasión y cuidado hacía los otras especies que comparten el planeta con nosotros.
Un indicador de la madurez moral de nuestras sociedades humanas está en el trato que damos a los animales y ecosistemas, y la deseable y necesaria opción a favor de la ampliar nuestra responsabilidad hacia los mismos, al menos ha de exigir la eliminación de las formas de violencia gratuita tan presentes e inadvertidas en fiestas y celebraciones colectivas. Ya es hora de que nuestra moral práctica se amplíe y de poner fin al “todo vale” de un relativismo moral que justifica el dolor y sufrimiento innecesario de los seres vivos.
Las instituciones públicas no sólo autorizan, sino organizan y subvencionan con millones de euros la atrocidades con animales en los festejos taurinos. También las televisiones incluyen en sus programas los reportajes sobre estos crueles espectáculos taurinos, favoreciendo así una temeraria anestesia social hacia la sangre y el maltrato infringido a los seres sintientes. Se trata de un peligroso ejercicio mental y emocional que pone en suspenso nuestra capacidad natural de empatía y conexión hacia "el otro" y hacia la expresión de su dolor y padecimiento extremo. Cuando estas disposiciones se interiorizan y rutinizan bajo la forma de hábitos y razones prácticas. pueden entonces trasladarse como respuestas automatizadas a todo tipo de contextos y situaciones. Es así como en nombre de la diversión y la tradición, las corridas de toros son una fuente socializadora y educativa a favor de la violencia en general. Al conseguir eliminar las barreras morales y emocionales de conexión, piedad y responsabilidad ante el sufrimiento ajeno, las corridas de toros constituyen un laboratorio de aprendizaje social que entrena en el ejercicio de la violencia, o en su tolerancia sin más, y no solo hacia los toros, también hacia los seres humanos y resto de animales.
Sin duda alguna, en el toreo hay también elementos de un comportamiento machista que glorifica la arbitraria jerarquía dominadora al infringir subordinación y dominio a un ser vivo declarado inferior y dependiente, al igual que ocurre con la violencia doméstica y las muchas formas de dominación ejercidas por los hombres sobre las mujeres. Por tanto, también deberemos luchar a la vez en contra de la violencia de género y la violencia de especie.
Aunque las instituciones y partidos políticos mayoritarios hacen oídos sordos, hay que recordar que a la gran mayoría de ciudadanas y ciudadanos no les interesa ni les gusta las corridas de toros, que por cierto, no existirían sin la financiación pública de la ciudadanía contribuyente. Habrá que aprender a escuchar atentamente estos valores sociales que ya están impregnados en las creencias y opiniones de la gente, para emprender un esperanzado camino de innovación legal y cultural, como el que se ha abierto en Cataluña. Estas brutales actividades cargadas de indecencia moral y de crueldad gratuita deben ser abolidas por los demás parlamentos autonómicos.
¡Viva la abolición valenciana de la tauromaquia!
Nombre: David Hammerstein  (08/08/2010) E-mail: david@davidhammerstein.org
 
* El verano peligroso de un país desecho de tienta.
Por Juan José Téllez - 02/08/2010
En democracia, las decisiones mayoritarias marcan la pauta. Pero cualquier ciudadano en un país democrático tiene derecho, faltara más, a estar en profundo desacuerdo con tales votaciones y a exigir que las percepciones minoritarias también deban respetarse, siempre y cuando no vulneren los derechos humanos.
Publicado en NUEVATRIBUNA.ES
En mi carnet de progre faltan dos estampitas: la del boxeo y la de la fiesta de los toros. A mi otro yo cerebral seguro que le parece absurdo que le encuentre cierta mística a cómo dos fulanos se vapulean en un ring o como un tipo vestido con traje de lentejuelas y zapatillas de ballet se cree Teseo y está dispuesto a matar con un estoque al Minotauro con tal de rozar la gloria de un Mercedes, un chalet en el campo y dejar de ser robagallinas, contable o funcionario.
Me lo he hecho ver por algunos siquiatras, pero no hay manera. Ni a pesar de que me conste que muchos boxeadores terminan tan sonados como si fueran brokers o ex ministros. Ni a pesar de haber contemplado algunas faenas, en el estricto sentido de la palabra, que se convertían en una bárbara orgía de sangre y torpeza.
Es cierto que ya apenas frecuento las canchas y que soy cada vez más selectivo a la hora de acudir a una corrida. Pero no me engaño: mi imaginario evoca aquellos fabulosos crochets en blanco y negro en la televisión de mi infancia y sigo soñando con toros de ojos verdes como buscaba Fernando Villalón.
Vista la acritud que chorrea por los mass media, vivimos un verano más peligroso que aquel de 1959 cuando Ernest Hemingway recorría los ruedos españoles siguiéndole la pista a Antonio Ordóñez y a Luis Miguel Dominguín. Tras la prohibición de la fiesta taurina en Cataluña y las airadas reacciones que dicha decisión ha arrastrado, mi perplejidad sólo alcanza a considerar que el nivel de crispación de este país merecería que se le desechara para la tienta por su exceso de bravura y falta de codicia intelectual. Y que merece más respeto democrático la decisión de un Parlamento, por muy escasos de mística que anden sus señorías, que la tauromaquia, el boxeo o las garantías sindicales ante cualquier despido. En democracia, las decisiones mayoritarias marcan la pauta. Pero cualquier ciudadano en un país democrático tiene derecho, faltara más, a estar en profundo desacuerdo con tales votaciones y a exigir que las percepciones minoritarias también deban respetarse, siempre y cuando no vulneren los derechos humanos.
¿Son aplicables estos derechos a los toros y a los animales en su conjunto? Parece que no. De hecho, si no se exige su estricto cumplimiento respecto a las personas, mucho queda para que la protección de la Declaración Universal alcance a otros reinos de la naturaleza. Existen sin embargo leyes frente al maltrato de animales, perfectamente definidas en diferentes cuerpos legislativos. A veces, ambos mundos se solapan: todavía recuerdo el gesto agrio de Artur London, aquel heterodoxo comunista torturado por el estalinismo, cuando un alcalde del PCE, con la intención de agradarle, le ofreció asistir a una corrida de toros durante su retorno a España en 1979.
Pero también cabría preguntarnos cuáles son las dimensiones del mal trato. Hace años, por ejemplo, España abolió las peleas de gallos, una práctica para la que seguimos exportando esos pequeños gladiadores de pico y plumas. Para ello, existen riñas legales pero sólo al objeto de tienta en nuestro país. En Cuba, tras la revolución, ocurrió algo similar, aunque clandestinamente sigan circulando apuestas en los tentaderos similares a los de España. Ni que decir tiene que las autoridades vigilan para que dichas actividades no tengan lugar en Estados Unidos, pero déjense caer por Little Havana y por otros lugares de Miami donde hay galleras secretas manchadas de sangre. Por no hablar de los países donde sigue siendo legal esos combates a muerte: desde Venezuela a Colombia, donde el coronel todavía no tiene quien le escriba, desde Filipinas a México. Hay familias paupérrimas que ahorran en alimentación lo que invierten en aceites para sus pollos, que son mimados hasta el momento de la verdad. Tendríamos que recurrir probablemente al Dr. Doolitle para hacer hablar a los protagonistas reales de dicho negocio y que nos explicaran si prefieren esa muerte a porfía o ser simplemente decapitados con mayor o menor pericia por un carnicero o por un padre de familia.
Los partidarios de la fiesta taurina deberían ser más cuidadosos a la hora de elegir sus argumentos: en estos días, en esta controversia, hemos oído y hemos leído pronunciar en vano el nombre de la libertad o del holocausto. Pero también los detractores de la tauromaquia tendrían que definir claramente qué es lo que les empuja a ellos. Supongo que se basarán, porque yo siento lo mismo a pesar de mis contradicciones, en que resulta difícil aceptar que la muerte pueda convertirse en espectáculo, como ocurre en algunas ejecuciones públicas en países tan distantes física y espiritualmente como Estados Unidos, donde hay estados a los que se admite espectadores para la ejecución de la última pena, o su práctica habitual en Irán, Somalia, Tailandia o Corea, ante una muchedumbre y dicen que a efectos ejemplarizantes.
Pero que nadie se engañe: salvo en el caso de los sementales, el destino de las reses, bravas o no, suele ser el matadero. Y cierto que hay diferencias a la hora de procurar la muerte en dichas instalaciones, desde el golpe seco por el que el animal se supone que apenas sufre, a la electrocución. Por no hablar de otros rituales como el de ahogar a los cerdos en agua caliente como se ha demostrado que llegó a ocurrir en Iowa o en Nebraska, o golpear a los pulpos para ablandar sus respectivas carnes.
En un matadero, el animal contempla la muerte del congénere que le precede. O la huelen. O la oyen. Se ponen nerviosos y los empleados también, por lo que no resulta extraño que lleguen a golpearles. O pretendan aturdirles. Por ejemplo, mediante la utilización de las llamadas pistolas de bala cautiva, que se dispara contra la cabeza del animal aunque no es infrecuente que el vástago no de en el blanco y el sufrimiento se prolongue. Tampoco la electricidad es infalible. En principio, se supone que les provoca un ataque epiléptico que permite degollar al animal sin dolor alguno, pero existen informes científicos que avalan la hipótesis de que si los amperios son insuficientes, el animal no pierde de todo la sensibilidad y asiste impertérrito a su degüello.
Por no hablar de algunas matanzas rituales en la que los animales se encuentran plenamente conscientes cuando los carniceros les cortan las carótidas. A veces, debido al flujo sanguíneo de las arterias vertebrales de la parte posterior del cuello, pueden seguir vivos y perceptivos durante un largo minuto mientras se desangran.
Curiosamente, esa hipótesis contradice la creencia generalizada en el mundo judío y en el mundo islámico. El ritual del sacrificio kosher en las comunidades hebreas requiere que las aves de corral y mamíferos deben morir por un corte rápido a través del cuello con una navaja o cuchillo afilado. Esta técnica, llamada Shechita, sigue la ley judía y garantiza el sufrimiento de los animales es mínimo. En el ámbito musulmán, tal cual, el sacrificio del animal se debe realizar mediante una rápida incisión con una cuchilla afilada en la espalda, cortando la yugular y la carótida, pero dejando intacta la espina dorsal, a fin de lograr un mayor drenaje e higiene de la sangre, lo que según sus partidarios lograría minimizar el dolor y la agonía de los animales sacrificados.
En cualquier caso, nadie habla tampoco de los métodos de inmovilización que a veces se utilizan, como los de colgar animales vivos boca abajo y a veces sujetos por una sola pata, lo que suele conllevar rotura de huesos antes del sacrificio. Hace diez años, la opinión pública estadounidense se indignó con las imágenes obtenidas en un matadero de IBP y que un periodista de Seattle describió con las siguientes palabras: “El vídeo muestra vacas caídas por el suelo que son pisoteadas y arrastradas, otras son torturadas con aguijones eléctricos. Una vaca ha caído y los operarios le clavan una aguijón eléctrico en la cabeza, a continuación se lo colocan en la boca. Otras vacas cuelgan de cadenas, totalmente conscientes, parpadeando y coceando. El trabajador que grabó el vídeo comentó que una vaca había llegado ya al puesto donde les cortan las patas. ‘Sería horrible que alguien te cortase la pierna sin anestesia”.
El variable concepto de protección animal ha llevado a distintos países a firmar protocolos de sacrificio humanitario que son aplicables a buena parte de los mataderos del mundo occidental. Pero su incumplimiento menudea, tal y como demostró Gail Eisnitz en su libro “Matadero”, publicado en 1997. O reportajes como “Carne moderna: una cosecha brutal”, publicado por The Washington Post, en 2001 pero que ya no se puede consultar en su hemeroteca electrónica, podía leerse el siguiente reportaje sobre algunos crueles incumplimientos de dichas normas:
“Son necesarios 25 minutos para transformar un novillo vivo en un filete en el moderno matadero en el que trabaja Ramón Moreno. Durante 20 años, su puesto fue “asistente de despiece”, un trabajo que conlleva cortarles el corvejón a las reses muertas a medida que van pasando vertiginosamente a un ritmo de 309 por hora. En teoría, el ganado debería llegar muerto al puesto de Moreno. Pero en demasiadas ocasiones este no era el caso.
“Parpadean. Emiten sonidos,” decía Moreno en voz baja. “La cabeza se mueve, los ojos están muy abiertos y miran a su alrededor.”
Aún así, Moreno cortaba. En días malos, dice, docenas de animales llegaban a su puesto claramente vivos y conscientes. Algunos sobrevivían hasta el cortador de colas, el destripador, el desollador.
“Van muriendo,” decía Moreno, “trozo a trozo”.
O habría que prohibir definitivamente esos procedimientos, o habría que vender entradas en los tendidos para disfrutar con semejante degollina.
Suele decirse que la mayor parte del ganado que pasta actualmente en nuestras dehesas se destina a los mataderos y no a las plazas de toros. Pero los resultados económicos de una o de otra práctica son inversamente proporcionales. Sin la fiesta taurina es muy probable que estas explotaciones fueran claramente deficitarias. ¿Sería posible un compromiso ecológico por parte de los grandes partidos para financiarlas con cargo a los Presupuestos Generales del Estado y así garantizar su preservación y evitar al mismo tiempo su compraventa para la lidia? Me temo que no, por lo que no cabe descartar que el ganado de bravo, de proscribirse definitivamente las corridas como ocurrió sin tanto revuelo en Canarias en 1991, terminara malviviendo en el arca de Noé de los zoológicos.
Frente a tanta estridencia en este debate, malicio que todavía podríamos encontrar puntos de acuerdo a fin de acercar posturas en vez de extremarlas. ¿Por qué no abrimos un contraste de opiniones en torno a los actuales tercios, desde el de banderillas a la pica y al de la muerte? En Portugal, se mantiene la fiesta con todo su colorido y tradición, sin llegar a matar en público. ¿Evita ello otros aspectos que suelen denunciarse desde la ecología convencional? Probablemente, no, pero ahí hay un territorio en el que unos y otros podemos acercar posiciones. También cabe establecer mayores sanciones que las actuales ante las imprudencias temerarias, felonías y psicopatías de algunos toreros más asesinos que matadores y que por falta de valor o de pericia, terminan convirtiendo la presunta fiesta en evidente carnicería.
Pero antes de todo, ¿por qué no legislamos en contra de otro fenómeno aparentemente asumido por la opinión pública española, dentro y fuera de Cataluña? Los correbous, por ejemplo, pero también los toros del aguardiente, los embolados, los ensogados, la festa do boi, el toro de La Vega, las sueltas de toros y vaquillas con autorización o sin ella, para escarnio, humillación y maltrato de los mismos. Ahí no creo que nadie sea capaz de hablar de mística, ni de arte. Solo de barbarie.
Extraído de: Blog de Juan José Téllez.
Nombre: Eusebio Regalado Caballero  (10/08/2010) E-mail: Valencia -Ciudad
 

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