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Estrujar anécdotas

(2358)

ERIC MARCO Y OTRAS CUESTIONES
-Es típico de estos tiempos estrujar una anécdota hasta convertirla en piedra de escándalo al mismo tiempo que se pasa por alto una monstruosidad como si fuera una anécdota.

La desmesura y la deformación alevosa de los hechos, además del vértigo, es el signo de identidad del siglo XXI.

Y una de las razones principales que forma parte consustancial del sistema, sería patética si no fuera repulsiva. Y está en las exigencias de los medios, principalmente los radiotelevisivos. Las "necesidades" de mantener un programa determinado que exige contenidos difíciles de conseguir, las ávidas demandas de las agencias de "noticias", el hostigamiento de los Consejos de Administración, las expectativas de los accionistas... imponen las "realidades", inventan las realidades, sobredimensionan o comprimen al gusto las realidades. No importa que esto o aquello no haya sido como alguien dice que fue o se le incitó a que diga que fue como no fue. No importa que una insignificancia se esté transformando en una bola de nieve en materia de genitales (el "corazón" no aparece por ninguna parte), en materia de política interior o de exterior o incluso de criminología a secas. Por mucho que se escandalicen algunos, es tal el grado de presión que ejercen los poderes fácticos, mediáticos y financieros en la sombra, que no sería extraño que entre los atentados y crímenes que gotean hubiese algunos que obedeciesen a "preparados" entre individuos habitantes de las cloacas del periodismo asociados a otros habitantes en las cloacas de la política... Y al final, al fondo, de las cloacas de las finanzas que pasan por todas partes.

Una muestra de lo gravísimo reducido a episodio es el modo de tratar, a todos los niveles y en todos ámbitos, la presencia sin causa de las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán; las imposturas y bromas del presidente norteamericano sobre el asunto; las afirmaciones, desafíos, chulerías y mentiras constantes de los que componen su camarilla; la opacidad del número de víctimas en ambos países; la prohibición de permanencia a periodistas no cómplices en aquellos territorios desgraciados... (Eso sin hablar de más de lo mismo por parte del gobierno español precedente). Todo ello acompañado de la babosería del actual gobierno español, y especialmente de sus ministros de Exteriores y Defensa, con aquella canalla de la que nada recibimos salvo el honor de no ser también invadidos por sus ejércitos. O, como dice Elías Canetti, el tener el privilegio que ansía el débil de poder hacer un regalo al fuerte; que en este caso reviste la forma de indignante y a todas luces gratuita obsequiosidad... Y muchos nos preguntamos: ¿a qué viene ese rastrerismo?, ¿qué hubiera pasado si los ministros no hubieran ido por allí como perrillos ansiosos de alguna caricia, como aquel brazo pasado por un lomo relevante en las Azores? ¿A eso le llaman todos los mandatarios —los actuales como el anterior— dignidad nacional? ¿Les extrañará luego a todos los que conforman los partidos mayoritarios que las Comunidades periféricas de costumbre quieran desmarcarse de tanta indignidad y de tanta prostitución de la mala? Prostitución de la mala: la venta que hace de sí una voluntad a otra voluntad, una conciencia a otra conciencia, un país a otro país...

Una muestra de anécdota convertida en persecución sañuda es la aventura de Eric Marco y su presunta falsía. Es un asunto en el que lo de menos es que el relator haya vivido o no el trance del que habla elocuentemente; que lo importante era, y es, saber expresarlo más que haberlo vivido... Por eso se adivina que, siendo un gran comunicador y que eso es lo que interesaba al espíritu de los sobrevivientes de Mauthausen, éstos muy bien pudieron aceptarlo como brillante portavoz. Por eso, que estuviese o no hubiera estado allí ha venido siendo para todos ellos algo subordinado e irrelevante. De la misma manera que los corresponsales de guerra permiten a los periodistas punteros y comunicadores hablar como si hubieran estado en las escaramuzas o en las trincheras, y convertirse en protagonistas a menudo también injustamente desproporcionados en relación al papel del corresponsal que aportó el reportaje, y nadie pone el grito en el cielo por ello...

Y en este asunto de tan poca monta de la supuesta mentira de Eric Marco, también muchos están sacando vergonzosamente tajada. Programas de radio y televisión dedicados por entero al tema; tertulianos devanándose los sesos para ver quién sobrepasa a los otros en severidad y calificativos denigratorios sobre Eric Marco. Hoy mismo en El País tampoco Hermann Tertsch desaprovecha su oportunidad. Con ese mismo tema ha confeccionado su artículo... para seguir —faltaría más— repugnantemente apabullando a un en el peor de los casos “mentiroso piadoso”... Eric Marco quizá haya transmitido vivencias como quien relata sueños. Pero aparte de que aún no le he oído y me temo que todos dan por buena la versión de Martin Pollack (el descubridor de la misma) sin haber escuchado al acusado de impostura —algo que me parece indecoroso—, el mero hecho de elevar a poco menos que a asunto nacional esta nadería da cuenta de lo mucho que dejan de desear en materia de ecuanimidad, ponderación y seriedad los medios ordinarios y sus palanganeros.

Lo dicho. Ya podrían dedicarse esos que machaconamente consagran su profesión a hacer montañas de granos de arena y granos de arena de montañas, a afinar más éticamente sus habilidades oratorias. Ya podrían ajustar su papel informativo y analítico para poner las cosas en su verdadero sitio y en la verdadera dimensión que juiciosamente les corresponde. Ya podrían esmerarse en no mirar a otra parte mientras se están cometiendo crímenes de lesa humanidad, atentos a extraer en cambio de las insignificancias hasta las heces, en cambiar el signo y sentido de lo grave y de lo venial. Ojalá asumieran de una vez los medios, los Libros de Estilo, el periodismo en general, que, también para el pueblo bienpensante, "la mejor noticia es que no haya noticia".

Me da la impresión de que, como la justicia, la abogacía, la medicina, la ciencia, el sacerdocio y todo lo demás, el periodismo está sufriendo un proceso de degradación alarmante y profanando la deontología desde la que fabricó las democracias occidentales. Desde luego desde esta perspectiva, el periodismo tiene una responsabilidad y culpabilidad en todo lo que ocurre y no ocurre mucho mayor que las que tiene la clase política, pues es él quien verdaderamente nos gobierna. Hoy día las iglesias del catolicismo han pasado a un segundo plano. Las catedrales son las Escuelas de Periodismo -las oficiales- que a su vez están validadas por el poder. Y los sumos sacerdotes de las democracias, con tener todavía tanta influencia las Conferencias Episcopales, son los periodistas apalancados que incluso han sobrepasado en poder espiritual a los de alzacuello. En cualquier caso, entre todos ellos la retroalimentación está asegurada.

Pero no quiero que se me olvide el nudo gordiano principal de este escrito sobre lo importante y lo anecdótico. Por ello he de recordar que es peligroso olvidar la sabiduría eviterna, que nunca caduca. La de Confucio, por ejemplo: "Danos Señor luz suficiente para no dar importancia a las cosas que no la tienen y dársela a las que verdaderamente la tienen”.

Insertado por: Jaime Richart (17/05/2005)
Fuente/Autor: -Jaime Richart
 

          


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