iberica 2000.org

 Inicio
Registrate Patrocinios Quienes somos Ultimos Artículos Tablón Anuncios

Ayuda 

COLABORADORES

Usuarios Registrados
E-mail:
Contraseña:  

BUSQUEDAS

 Indice alfabético
 Indice de autores

 

DIRECTORIO

 Artículos y reportajes 
 Consultoría jurídica 
 Denuncias y derecho 
 Flora y Fauna 
     Fauna 
     Flora 
 Inventos y patentes 
 Libros y lecturas 
 Noticias Ibérica2000 
 Política medioambiental 
 Proyectos e iniciativas 
 Turismo y viajes 
     Excursiones 
     Lugares de interés 
     Turismo rural 
 Webs relacionadas 
 Agricultura de casa 

 Artículos de opinión 

 Cambio climático 
 Energía eolica 
 Humedales 
 Mundo marino 

 Asociaciones y colectivos 
 Empresas y comercios 
 Organismos públicos 

 Fondos de escritorio 
 
 

Cultura y erudición

(2247)

SI LA CULTURA NOS PARECE SUPERFLUA, ENSAYEMOS LA NECEDAD
Cultura no es erudición. Hay muchos eruditos y más especialistas, pero la cultura personal y sobre todo la colectiva están en franco retroceso. La cultura es un “bien” psicosomático fruto del desarrollo mental humano.

Pero así como en la época medieval los brujos la encerraban deliberadamente en los monasterios para hacer del saber un instrumento de dominio, la cultura está quedando hoy recluída apenas en el cerebro como residuo de la intuición, desplazada por la molicie, el aturdimiento y los tics. Ahora no se reservan para sí los brujos la cultura. Se reservan sólo las maquinaciones. Ahora, para ejercer ese dominio, les basta con ir haciéndola desaparecer poco a poco... Un pueblo inculto (como el norteamericano) es mucho más fácil de domeñar.

Van desapareciendo de los planes de enseñanza las humanidades, la inspiración en las Bellas Artes está agotada, y la vulgarización arrasa y progresa en todo. La vulgarización, como vehículo de sensaciones y no de sensibilidades, no permite sedimentar ni reposar los ingredientes que, como en el pan la levadura, maduran los significados culturales. La urgencia, la precipitación, la ansiedad y la falta de concentración tanto ya en el propio artista como en quien espera deleitarse con su obra para acabar ordinariamente frustrado, invaden e impregnan todas las capas de la sociedad. Detenerse a pensar, a meditar o a elucubrar es un perder el tiempo. Es una pérdida de tiempo que se destina a perderlo de otro modo. Es un malestar. Se mezcla con la apatía, con la enajenación y con la búsqueda vana e inútil de la perplejidad. Porque resulta que ya no hay tampoco lugar para la perplejidad: todo está visto. No hay más que observar lo que sucede con la programación televisiva, convertida en índice y pulso cuasicientífico de la amorfidad de un pueblo.

La cultura personal, pero también la social, no es la memorización de datos ni el dominar conocimientos más o menos erráticos y prácticos, sino asimilar a través del espíritu lo conocido y lo aprendido. Es el desarrollo moral y humanístico lo que "cultiva" al ser humano, no el amontonamiento de conocimientos enciclopédicos y de técnicas.

Cultura viene de cultivar. Y cultivar significa pensar sobre lo que acabamos de conocer, si lo conocido son datos, hechos o iluminaciones, o degustarlo, saborearlo y “recrearlo”, si se trata de una obra de arte, sea poética, pintura, música o literatura. Pero el proceso debe penetrar necesariamente en el sistema nervioso para llegar a nuestra psique. Hasta el último de nuestros tejidos corporales debe tener noticia de la irrupción.

Pero hasta la erudición, hoy, es inconsistente y más superflua de lo que nunca fue. Todo cuanto se nos antoje "conocer" está al instante a nuestro alcance en enciclopedias, en libros de citas y en googles. Si pretendemos retener y dar forma a los acontecimientos de la actualidad y aun del pasado, pronto serán desbordados por noticias nuevas sobre lo mismo; con lo que es probable que experimentemos la amarga impresión de estar siendo engañados y de engañarnos sin pretenderlo. Hacer deducciones coherentes y unificar informaciones contradictorias casi siempre, termina siendo una tarea tan ímproba como estéril...

Pero la cultura es un asunto que corre de cuenta de cada cual. Si sabemos apreciar su fuerza energética y catártica, extraeremos a la vida otra parte de los frutos que, con los deleites naturales, nos proporciona. Hay placeres necesarios y naturales, placeres naturales y no necesarios, y placeres no necesarios ni naturales. Absteniéndonos de éstos últimos y pasando por estas siguientes cuatro fases tendremos derecho a considerarnos “cultos” y que la “cultura” nos sirva de arnés o de coraza:

En la primera captamos, conocemos, lo que nos era desconocido; lo conocemos, bien porque nos llega desde fuera, bien porque se ha iluminado en nuestro interior.

En la segunda meditamos, reflexionamos y analizamos la gnosis de lo nuevo.

En la tercera, tras el examen de lo llegado a nuestro intelecto, practicamos mentalmente las inferencias y conclusiones pertinentes.

En la cuarta es cuando se produce la fusión de “lo conocido” con nuestro soma. Aquí, en esta fase culmina la verdadera "cultura" personal. Se ha introducido en la epidermis, en la dermis y en los recovecos del alma. Y a partir de entonces pensamiento y acción estarán condicionados por ella.

Si no llegamos a esta última fase, seremos una biblioteca ambulante, seremos eruditos, "sabremos" mucho de muchas cosas, de todo o de una materia concreta, pero no seremos propiamente cultos. Si la germinación de la semilla no ha tenido lugar y no ha prendido la chispa de la cultura, sólo habremos sido capaces de agregar conocimientos cuya efectividad además pronto pasará por la permanente sensación de interinidad que hay en todo.

El crítico, profesional o aficionado, es el tipo de persona más afín al erudito no culto. Como el librero que conoce muy bien los títulos de los libros de su almacén, los datos de cada edición y hasta fragmentos de su contenido, no tiene tiempo para pensar sobre el alma de ninguno.

Del mismo modo, “conocer obras” de arte no significa amar el arte ni deleitarnos con el arte. Puesto que el arte está para ser disfrutado y no para ser entendido, sólo dejándonos impresionar como si fuéramos una tablilla de cera lograremos sus efectos benefactores. Pues en la medida que nos constituyamos en críticos tratando de explicarlo o descifrarlo nos alejaremos de la emoción estética.

La emoción estética que experimentamos a través del arte, es hija del parto con dolor que sufrió el artista. Cuando la cultura predomina, la emoción estética es uno de los placeres del espíritu más sublimes que quepa imaginar.

Qué duda cabe que la cultura, en este sentido amplio, no da la felicidad, pero sí es un refugio protector frente al displacer.

Cuando el Eclesiastés, en 1-18, habla de que “cuanta más sabiduría más aflicción”, sin duda no se refiere a la sabiduría del sabio, sino a los conocimientos “sin alma”. La cultura es una obligación, no una devoción, del ser humano; aunque sean ciertamente muy pocos los que cumplen con ella.

Insertado por: Jaime Richart (27/03/2005)
Fuente/Autor: -Jaime Richart
 

          


Valoración

¿Qué opinión te merece este artículo?
Malo   Flojo   Regular   Bueno   Muy bueno   Excelente

Comentarios

Escribe tu comentario sobre el artículo:

Nombre:  

 E-mail:

 

Libro de Visitas Colabora Modo Texto Condiciones Suscribete

(C)2001. Centro de Investigaciones y Promoción de Iniciativas para Conocer y Proteger la Naturaleza.
Telfs. Información. 653 378 661 - 693 643 736 - correo@iberica2000.org