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El tres por ciento

(2211)

LAS COMISIONES DE LA DISCORDIA
Lo insufrible del sistema democrático al uso es, por este orden, primero la injusticia social radical y consustancial a él, y luego la marcada tendencia a degradarse o corromperse lo poco que en la democracia frágil exista de bueno o de aceptable.

Pero al final del recorrido valorativo que del sistema hace el pensamiento de izquierda auténtico, se une a ambas lacras otra típica del jesuitismo, la hipocresía; es decir, ese empeño en saltar por encima del cadáver de cualquiera para aparentar ser lo que no se “es”. Lo que no es, pero tampoco “puede” ser sin caer en una gravísima contradicción en sus propios términos. Es decir, sin que termine anulando las ventajas que obtienen unos cuantos frente a los inconvenientes de los más. Algo que aquéllos no estarán nunca dispuestos a consentir ni por un momento...

Veamos: si el motor del sistema es el beneficio, hay que contar con que el beneficio va a estar presente en toda relación de la clase que sea. No sólo en la estrictamente comercial, la financiera y la económica. También ya en la familiar, en la amistad, y en la humana a secas... Este es uno de los focos de infección —el principal— que nos hace detestarlo; que nos hace ver en este sistema algo indeseable, reprobable y fuente de los más graves disturbios para la sociedad en su conjunto y ahora, sin ninguna duda, para la Naturaleza y, ya, para el porvenir de la propia humanidad...

Lo único que puede hacerse en él es regular, legislar (deben contarse por billones las leyes de nuestro país) y educar. Y a ello, a la constante brega del legislador, sumar la voluntad política y funcionarial decidida de hacer que esas leyes se cumplan. Sólo así —y con una educación y concienciación social que a todas luces retrocede también— podría intentarse refrenar la voracidad y el instinto depredador que el sistema encierra. Pero si en el sistema la voracidad y el instinto depredador son “motor” de su vitalidad, también son su disolvente. Así es que ¿cómo podrá el sistema regular, reglar, restringir, sin ponerse a sí mismo en peligro, sin fagocitarse, sin devorarse, sin debilitarse?: sólo fingiendo que es su propósito hacerlo. Sólo ampliando, extendiendo y haciendo resonantes, en todas direcciones, las pamemas...

Para no andarme por las ramas y habida cuenta lo insalvable en el incendio global de la injusticia radical y de las desigualdades, lo peor del sistema actualmente, después de aquéllas, son dos cosas: una que, abanderado ese sistema por los conservadores —la derecha—, se han sumado ya sin tapujos “las izquierdas” de todo el espectro, a la fantochada general. Y otra que, cuando sabemos desde tiempo inmemorial que no hay adjudicación, licencia, licitación o concesión que no vayan unidas a precio —hasta el extremo de que debiera incorporarse la comisión como un concepto tributario más al costo; cuando no hay confesionario, lecho ni amistad que no estén emporquecidos por el interés; cuando no hay párroco que no se haya convertido sólo en cura-empresario de su parroquia... vienen ahora todos: jueces, fiscales, políticos, periodistas y medios a arrastrarnos a los ciudadanos para que, ante quien tildan de calumniador o injuriador, nos sumemos a sus imposturas y finjamos una insuperable indignación frente a un engaño que conocemos bien y del que solidariamente participan todos y todos obtienen su correspondiente renta. ¡Venga ya...!

Que esto es una pocilga estamos hartos de saberlo. Por eso, lo mejor que podría hacer la clase política de este país es reformar cuanto antes la Constitución para decirlo, sancionarlo y proclamarlo. Por lo menos nos libraríamos de lo que cada día soporta menos el ciudadano más corriente: tanta farsa a costa de él.

Insertado por: Jaime Richart (04/03/2005)
Fuente/Autor: -Jaime Richart
 

          


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