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Los incendios forestales y la libertad de mercado

(1677)

AFÁN DESMEDIDO DE DINERO Y DE RIQUEZA.
Cuando la sociedad occidental quiera darse cuenta de que la libertad de mercado es la causa directa del desastre, ya se habrán esquilmado todas las superficies boscosas y el manto vegetal en la mayor parte del planeta. Y antes que en ninguna otra parte, en la península ibérica. Los incendios forestales son hijos del capitalismo neolibe­ral.

Los incendios forestales, al menos en la mayor parte de países libres y especialmente en estos de libertad casi emergente (30 años son pocos para haberla asimilado) son la prueba -otra prueba en realidad- de que el libre mercado, como sistema social y político que gravita alrededor del económico, va a acabar devorándose a sí mismo.

La liber­tad individual y social dejada a su aire, se desboca, y si no hay mecanismos correctores -y no sólo sancionadores te­niendo en cuenta que los autores son prácticamente invisi­bles-, sufi­cientemente potentes para impedir que en la so­ciedad el afán desmedido de dinero y de riqueza sean el motor del pí­rrico e inconsistente desarrollo, el precio que la sociedad humana y el planeta en su integridad habrán de pagar es, su propia destrucción.

Bush y los neocons son los principales promotores de la aceleración del Juicio Final. Se niega a firmar el protocolo de Kioto y dicta leyes que remueven la protección a los bos­ques y los mínimos frenos que existían para la potenciación de los negocios más suculentos: el petróleo y la madera.

Y por aquí, y por imitación también, en nuestros pagos y sus aledaños, los enemigos de la excep­ción cultural pero adora­dores de la cultura del ladrillo (y se­cundariamente también de la ma­dera), son los instigadores del espíritu incendiario.

No hay que bus­carlos en otra parte ni en otras motivacio­nes. ¿Quién, dro­gadicto o no, recibiendo una gratificación desde las sombras, sin importar la cuantía, no cae en la tentación de pren­der fuego a lo que sea? ¿Que se necesita estar depravado?

Pues son tantos los deprava­dos que ma­tan a todas horas por todas parte, los que man­dan miles de personas a matar, los que destruyen, intrigan, envenenan a sociedades enteras, que no puede sorprender a nadie en su sano juicio que por unos cuantos denarios y con tanta facili­dad como hay en prender una mecha con gasolina por los cuatro puntos cardinales, se ponga en marcha un pro­ceso que luego, acompañado de un poco de viento, va por si solo a acabar con miles de hectáreas.

Miles de hectá­reas sobre los que, pasados diez años durante los que esa Comunidad o ese ayuntamiento han prohi­bido construir, acaba constru­yéndose...

Este es el sistema sin el que no podemos vivir. Pero éste es también el camino que conduce a la ruina de nuestros nietos. La nuestra es una generación que sólo piensa en sí misma.

Sólo el prove­cho del hoy y ahora mueve energías incontables para sa­tisfacerse a sí misma. Parece que no hay remedio. Porque ni con todas las penas del infierno se pondrá jamás fin a un crimen que sólo se puede evitar a base de amor. Amor que, en sus múltiples formas, desapa­rece por los cuatro costados del occidental egoista donde los haya...

Ya estarán los empecinados en rumiar optimismo aunque se hunda el mundo, preparando su batería de re­pro­ches e improperios para tildarme de agorero, de pesi­mista y de enfermo crónico de la cabeza.

Esa es la coartada per­ma­nente que se fabrican, para su consumo interno, las ca­be­zas sanas, opíparas, bien arrellenadas en su circuns­tan­cia y en su ignorancia, para espantar todo lo que les mo­lesta...

Pero esas mismas cabezas que se bañan en li­bertad todos los días son las que nos están llevando al final de la historia o contribuyendo a llevarnos en volandas a él, y no otros factores exógenos, exóticos o cósmicos. Con un opti­mismo tan necio como el que proviene de la incons­ciencia, no es necesario esperar a que surjan otros enemi­gos se­cretos mayores de la humanidad. El mayor enemigo del hombre es él mismo.

Es más, los mayores enemigos del capi­ta­lismo hay que buscarlos dentro del propio capitalismo. Se pongan como se pongan, el libre mercado acabará con todo. Y quienes paga­rán las consecuencias de nuestra idio­cia serán las inme­diatas generaciones.
¡Maldita sea la nuestra!

* Recopilación realizada por antoniod17@ono.com

Más información alojada por esta Entidad, en Ibérica 2000:
* CERCLE OBERT DE BENICALAP

Insertado por: CERCLEOBERT (04/09/2004)
Fuente/Autor: Jaime Richart.
 

          


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